lunes, 30 de enero de 2012

Eloy Alfaro Delgado


Valeroso hasta la muerte
José Eloy Alfaro Delgado nació en Montecristi, [Manabí] el 25 de junio de 1842. Su padre fue don Manuel Alfaro y González, republicano español que llegó al Ecuador en calidad de exiliado político; su madre doña María Natividad Delgado López.
José Eloy, recibió su instrucción primaria en su lugar natal, después de terminar se dedicó a ayudar a su padre en los negocios comerciales. Durante su juventud se nutrió de las doctrinas que producen libertad y democracia, todo lo que olía a tiranía hervía de odio y rencor su sangre por eso luchó contra García Moreno, Borrero, Veintemilla y Caamaño, y con enfáticas luchas conquistó el título de "Viejo Luchador". Eloy Alfaro pasó por muchas y serias dificultades en la diversas campañas que emprendió, tendientes a combatir la tiranía, en estos combates gastó su fortuna adquirida en Panamá con la ayuda de su esposa de esa nacionalidad Ana Paredes Arosemena, de ese matrimonio nacieron nueve hijos: Bolívar, Esmeraldas, Colombia, Colón, Bolívar [2], Ana María, América, Olmedo y Colón Eloy; Rafael nació fuera del matrimonio.
Eloy Alfaro fue valeroso hasta la muerte; buscaba una transformación radical en su país. Su sangre rebelde y espíritu visionario le dieron un carácter férreo que lo distinguió en la acción liberal de la cual sigue siendo ejemplo inigualable. Desde muy joven participó en gestas rebeldes como en el Colorado; casi pierde la vida en el desastre del Alajuela. Participó en los combates de Montecristi, Galta, San Mateo, esmeraldas, Guayaquil, Jaramijó, Gatazo, Cuenca y Chasqui.
Eloy Alfaro era hijo del comerciante español Manuel Alfaro y la manabita Natividad Delgado. Su padre se dedicaba a la exportación y Alfaro participó en los negocios paternos, viajando al Perú, Colombia, América Central y el Caribe. En lo político, se inclinó por el liberalismo y en 1864 participó en una fracasada insurrección contra García Moreno. Exiliado en Panamá, allí emprendió varios negocios con éxito. En 1872, y siendo ya un hombre rico, contrajo matrimonio con Ana Paredes Arosemena,
En 1875, tras el asesinato de García Moreno, Alfaro volvió al Ecuador y combatió al gobierno de Antonio Borrero. Apoyó el golpe de Estado de Veintemilla en contra de Borrero, el 8 de septiembre de 1876, tras el cual fue nombrado coronel. Pero meses después se declaró contrario a Veintemilla, que no cumplió el programa liberal prometido. A inicios de 1883, Alfaro fue proclamado jefe supremo de Manabí y Esmeraldas y organizó un ejército que derrotó al dictador, cuyo último reducto, Guayaquil, cayó el 9 de julio de 1883.
Tras el triunfo "restaurador", como se llamó al movimiento coligado en contra de Veintemilla, una Asamblea Constituyente eligió como presidente a José María Plácido Caamaño, frente a Alfaro, sostenido por los liberales. En 1884, cuando Caamaño se instaló en el poder, Alfaro encabezó una nueva revuelta que suspendió tras casi cuatro años de lucha, dedicándose entonces a los contactos internacionales. Sus adversarios se referían a él con el sobrenombre burlesco de "general de las derrotas", debido a sus fracasos militares.
Pero las cosas cambiaron al estallar el escándalo de "la venta de la bandera", el 3 de enero de 1895. En junio de ese año se desató la Revolución Liberal en Guayaquil: el presidente Luis Cordero debió renunciar, y Alfaro, que estaba en Panamá, fue proclamado jefe supremo. Alfaro llegó a Guayaquil el 19 de junio de 1895, e inmediatamente preparó el ataque contra los conservadores, atrincherados en la Sierra, a quienes los liberales derrotaron en San Miguel de Chimbo, Gatazo y El Girón antes de llegar a Quito, el 4 de septiembre.
Más tarde, el 12 de enero de 1897, una Asamblea Constituyente, tras expedir la undécima Constitución, se pronunció por el liberalismo y eligió como presidente a Alfaro. Durante su primer gobierno, que concluyó en 1901, Alfaro se dedicó a consolidar el triunfo liberal, a establecer la separación entre la Iglesia y el Estado y a impulsar la construcción del ferrocarril entre Quito y Guayaquil.
Más notable fue el segundo gobierno alfarista, vigente entre enero de 1906 y agosto de 1911. En este período se promulgó la Constitución de 1906, "la carta magna del liberalismo ecuatoriano"; se continuó la construcción del ferrocarril transandino, que arribó a Quito el 25 de junio de 1908; se consolidó la secularización en la enseñanza pública, y se realizaron también obras de infraestructura y comunicación.
En 1910 el conflicto limítrofe con el Perú estuvo a punto de provocar la guerra. Entretanto, se produjeron fisuras en el partido liberal, donde se enfrentaban el liberalismo radical de Alfaro y el liberalismo oligárquico de Leonidas Plaza Gutiérrez. En las elecciones de 1911, el gobierno alfarista impuso a su candidato Emilio Estrada mediante un fraude, pero Alfaro se arrepintió de tal maniobra y quiso obtener la renuncia de Estrada mediante la convocatoria a un congreso extraordinario. Para entonces, el placismo se había aliado con Estrada en contra de Alfaro, que fue depuesto por el pueblo y el ejército y debió abandonar el país.
Entonces asumió el poder Carlos Freile Zaldumbide, quien entregó la presidencia al electo Emilio Estrada, en diciembre de ese año. Pero Estrada falleció y Freile Zaldumbide asumió la presidencia. Alfaro y otros dirigentes radicales regresaron al país pensando influir en la designación de un nuevo mandatario, pero Freile Zaldumbide los apresó en Guayaquil.
Trasladados a Quito, el 28 de enero de 1912 una turba asaltó la prisión y acabó con Eloy Alfaro, Flavio y Medardo Alfaro, Luciano Coral, Ulpiano Páez y Manuel Serrano. Sus cuerpos, arrastrados a modo de trofeos sangrientos por la ciudad, fueron quemados en El Ejido. Al parecer, una oscura alianza entre el placismo y los conservadores fue el origen de esta acción criminal.

ANIVERSARIO 52 DE LA CIUDAD ESCOLAR 26 DE JULIO



"LAS ESCUELAS NO PODRÁN SER CONVERTIDAS EN FORTALEZAS". Fidel Castro.
Era la mañana del 28 de enero, 107 años después de aquel día en que, en una casita de la calle Paula, viniera al mundo José Martí Pérez quien sería, andando el tiempo, Apóstol de la Libertad y conductor de su pueblo hacia la obtención de sus más altos destinos. Era la mañana del 28 de enero de 1960 en la cien veces heroica y mártir ciudad de Santiago de Cuba.
Desde la noche antes, más bien podía decirse que desde muchos días antes, un intenso fervor martiano se sentía latir en cada hogar santiaguero, en cada espíritu de los nobles hijos de la ciudad, cuna de Guillermo Moncada. Era que ese día, la celebración del nacimiento de Martí, iba a cobrar caracteres distintos y los santiagueros lo sabían; mejor aún, estaban firmemente convencidos de ello como ya lo estaban, desde el año anterior, en que Cuba andaba, al fin, con pasos seguros por la ruta que Martí soñara y anhelara.
Fidel lo había dicho: "Entregaremos el cuartel Moncada al Ministerio de Educación para hacer de él una ciudad escolar". Y los santiagueros sabían, como los cubanos todos, que la palabra del hombre de la Sierra era como un Evangelio vivo. Y, además, habían visto un par de semanas atrás, al propio Primer Ministro subirse en un tractor y arremeter con la máquina, contra las murallas de la fortaleza en la que fueran asesinados, siete años antes, muchos de sus compañeros de lucha.
El cuartel Moncada, hoy Ciudad Escolar 26 de julio, es un edificio docente, antiguo cuartel militar, ubicado en Santiago de Cuba en Cuba.
El cuartel Moncada adquirió relevancia histórica el 26 de julio de 1953 cuando un grupo de 135 guerrilleros antibatistianos (opositores a la dictadura de Fulgencio Batista) divididos en tres columnas comandadas por Fidel Castro, Raúl Castro y Abel Santamaría realizan el asalto al mismo. Este acto, que resultó fallido, fue el comienzo de la lucha que acabaría el 1 de enero de 1959 entrando triunfante en la ciudad de La Habana y dando comienzo a la revolución cubana.
El 9 de enero de 1960, un año después del triunfo de la Revolución, empiezan las obras de demolición de los muros del acuartelamiento militar con la finalidad de convertirlo en un centro escolar. El 28 de enero de ese mismo año, Fidel Castro entrega al Ministerio de Educación las instalaciones cuartelarías para que sean dedicadas a escuela. Nace, con todo el simbolismo de la reconversión de un cuartel en escuela, el Centro Escolar 26 de julio.
Historia del cuartel
La falta de locales adecuados para el encierro de los presidiarios en la ciudad de Santiago de Cuba a finales del siglo XIX hace evidente la necesidad de la construcción de unas nuevas instalaciones carcelarias. También era necesario la construcción de algún acuartelamiento para el cobijo de las tropas.
El 6 de mayo de 1854 se hace cargo del Gobierno Civil y de la Comandancia General del Departamento Oriental de la Isla de Cuba el Mariscal de campo Carlos Vargas-Machuca, conocido con el sobrenombre de «El constructor» por la gran cantidad de edificaciones y obras que realizó en sus 6 años de mandato. En 1859, bajo la dirección de Manuel Ciria, marqués de Villaitre, comienzan las obras del denominado Cuartel del Nuevo Presidio.
La edificación, situada a las afueras de la ciudad en su lado este, cerca del cementerio y al lado del solar en el que se ubicaría el hospital militar Príncipe Alfonso, estaba diseñada para albergar a 1.001 soldados y 202 presos. Se construyó un sencillo y robusto edificio de una sola planta con sótano.
De forma cuadrangular medía 180 metros de frente y 77 de fondo. Los lados del cuadrángulo estaban ocupados por edificaciones con galerías interiores abiertas a vastos patios. En estas instalaciones se alojaban, además de la fuerza militar, 200 presos con la escolta y empleados necesarios para su mantenimiento. La entrada principal se ubicaba al oeste y mantenía otra entrada al este.
El cuartel recibió el nombre de Reina Mercedes durante el tiempo de la Guerra de los Diez Años y albergó a la caballería española que, en aquel tiempo, combatía contra los independentistas cubanos.
Junto al cuartel se realizó la construcción del Hospital Militar Príncipe Alfonso, según planos del ingeniero Manuel Soriano. Éste quedó finalizado en 1878. El hospital tenía capacidad para 300 camas y su entrada principal se abría bajo un amplio pórtico sostenido por 8 columnas. La capilla fue inaugurada en 1861 por Carlos Vargas.[1]
Durante la guerra de independencia
El cuartel «Reina Mercedes» desempeñó un importante papel en la defensa de la ciudad de Santiago de Cuba en los combates que se libraron en los diferentes periodos bélicos que dieron lugar a la independencia de la isla de España. Fue acuartelamiento de infantería y luego sirvió de sanatorio de soldados.
Durante la Guerra de los Diez Años se aumentaron las defensas del acuartelamiento. En ese tiempo se construyó el torreón de palomas mensajeras, llamado «El palomar» y que sirvió también como torre de vigía, desde el que se observa toda la bahía de Santiago y la sierra. Desde este torreón se emitían todas las informaciones de los movimientos de naves en el puerto. En 1878 se acabaron los trabajos de renovación del cuartel junto con el hospital adosado.
El 2 de enero de 1894 ingresó en prisión en el cuartel Reina Mercedes el general Guillermón Moncada donde estuvo por seis meses, junto con otros compañeros de armas.
En 1898 el ejército de Estados Unidos tomó la ciudad de Santiago y con ella el cuartel Reina Mercedes y el hospital militar Príncipe Alfonso, izando en ellos, por primera vez oficialmente, la bandera estadounidense en la isla. El cuartel y el hospital quedaron bajo jurisdicción estadounidense hasta el 31 de julio de 1902, que fue entregado al general cubano Saturnino Lora. El 18 de agosto de ese año, el cuartel Reina Mercedes se convertía en sede de la Guardia Rural de la provincia de Oriente bajo el mando de Lora. La Guardia Rural sería ratificada por el gobierno de Tomás Estrada Palma el 18 de octubre de ese mismo año.
Lara fue sustituido por Juan Vaillant y López del Castillo el 2 de febrero de 1909. El 21 de enero de ese año se inauguraba la caseta de telégrafo que, construida por la empresa estadounidense Hempel, se ubicaba al lado del Hospital Civil.[1]
El asalto al cuartel Moncada
El 26 de julio de 1953 un grupo de jóvenes guerrilleros asaltan la fortaleza, al mismo tiempo que el cuartel Carlos Manuel Céspedes de Bayamo. Este grupo era comandado por Fidel Castro. El propio Castro expondría en su alegato de defensa en el juicio por los hechos del ataque al Moncada conocido como La historia me absolverá los pormenores de la operación.
Un grupo guerrillero formado por 21 hombres y comandado por Abel Santamaría tomó el Hospital Civil. Otro de diez hombres y bajo las órdenes de Raúl Castro ocupó el Palacio de Justicia y Fidel Castro al frente de 95 hombres atacó el cuartel Moncada.
El ataque al cuartel se produjo por la posta Nº 3. Una vanguardia de 8 hombres abrían el ataque mientras que detrás de ellos iba un subgrupo de 45 hombres, en el cual se hallaba Fidel, armado mayoritariamente con armas cortas. El resto de las fuerzas, que portaban armas largas, se extravió por la ciudad al equivocarse en un cruce de calles.
Frente a la posta Nº 3 los asaltantes de encuentran con una patrulla de guardia y el enfrentamiento con ella da tiempo a que se organice la defensa del cuartel. Aún así el enfrentamiento fue rudo, con bajas por ambos lados. La retirada fue organizada en grupos de 8 ó 10 hombres defendidos por seis francotiradores.[1]
Fidel relata que las pérdidas en la lucha no fueron significativas y las bajas en el bando atacante fueron debidas, principalmente, a la crueldad y la inhumanidad del ejército una vez que el enfrentamiento había cesado. El testimonio de Fidel Castro dice:
El cuartel Moncada se convirtió en un taller de tortura y de muerte, y unos hombres indignos convirtieron el uniforme militar en delantales de carniceros. Los muros se salpicaron de sangre: en las paredes las balas quedaron incrustadas con fragmentos de piel, sesos y cabellos humanos, chamuscados por el disparo a boca de jarro, y el césped se cubrió de oscura y pegajosa sangre. ...yo sé que sienten con repugnancia el olor de sangre homicida que impregna hasta la última piedra del cuartel Moncada.[2]
La Revolución toma el Moncada
El 8 de enero de 1959, las columnas guerrilleras entran en la capital de Cuba haciendo que el hasta entonces presidente del país abandone éste. En Santiago de Cuba el ejército intenta impedir la entrada de las tropas revolucionarias. Raúl Castro toma por sorpresa el cuartel Moncada e insta a rendirse a la tropa. El coronel Rego Rubido, jefe del Regimiento Nº 1 Maceo, presenta su rendición incondicional a Fidel Castro en Loma Escantel. El cuartel Moncada y la ciudad de Santiago de Cuba quedan en manos de los guerrilleros. La tropa es desarmada y sus responsables arrestados.
Ciudad escolar 26 de Julio
El Moncada, convertido ya en centro escolar, ha venido funcionando desde entonces como un centro escolar de primaria. Posee la mayor matrícula de la provincia Oriental con más de 1.600 alumnos, que se reparten en clases de no más de 20 estudiantes por aula. La plantilla de docentes es de 245. Los resultados obtenidos por sus alumnos, contrastado en diversos concursos nacionales e internacionales, son óptimos.
 Las instalaciones, dotadas de todo el material necesario para el desarrollo de los programas educativos, poseen 80 aulas y un centro médico. Los alumnos están en régimen de seminternado comiendo y merendando en el centro.
Dentro de las instalaciones del centro escolar se ha ubicado, en la Posta Nº 3 -lugar donde se produjo el ataque el 26 de julio de 1953-el Museo de Historia 26 de Julio, que formado por ocho salas, dedica la primera a la historia de la construcción de la fortaleza hasta su conversión en centro educacional.
En 1974 se reconstruyeron las murallas del cuartel al ser declarado Monumento Nacional de Cuba.

jueves, 26 de enero de 2012

¿Causalidades o casualidades?



Escrito por Irán Suárez Vaillant (Estudiante de Periodismo. Universidad de Oriente)
La historia de la humanidad siempre ha estado marcada por aberrantes decisiones que nos obligan a pensar si existe el más mínimo grado de justicia y nos vuelven impotentes cuando vemos estos episodios.
Ethel Greenglass Rosenberg y Julius Rosenberg constituyeron la primera ejecución de civiles por espionaje en la historia de los Estados Unidos y como lo calificó el filósofo Jean Paul Sastre fue: "un linchamiento legal que mancha de sangre a todo un país", donde la Guerra Fría hizo que renovara sus valores, que inventasen nuevos símbolos de la virtud estadounidense y convirtió al anticomunismo en el símbolo de una sociedad nueva y más agresiva.
El juicio de los Rosenberg siempre se ha visto como un fraude por la total falta de evidencias, donde toda la acusación pesaba sobre las declaraciones de David Greenglass (hermano de Ethel), y su esposa, siendo ejecutados en la cárcel Sing Sing de New York en virtud del Acta de Espionaje de 1917, el 19 de junio de 1953, el mismo día que cumplían 14 años de casados, dejando dos hijos pequeños de 3 y 5 años.
Trascurridos 45 años, el 12 de septiembre de 1998 son arrestados cinco jóvenes cubanos que se encontraban en la ciudad de Miami en aras de obtener información sobre los planes de los grupos terroristas anticubanos que tienen allí su base de operaciones. Los Cinco fueron sometidos a un juicio manipulado en la propia ciudad miamense, dominada esta por la mafia de origen cubano. El proceso fue sujeto a una intensa campaña propagandística para ejercer presión sobre la opinión pública y el jurado, desestimando en todo momento un cambio de sede.
A pesar de ser dos procesos marcados con ciertas diferencias, coinciden y son una página importante en la gran lista de errores del sistema judicial norteamericano; no solo fueron capaces de negar sus propias leyes cegados por el odio, sino que los desterraron de todo derecho moral y humano. Es importante ver cómo existe una violación, en ambos juicios, de la Quinta y Sexta Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos que defienden la legalidad y justeza de los mismos.
Hay que destacar que en los dos procesos los testigos fueron sometidos a una gran presión, las autoridades obstaculizaron el trabajo de la defensa al limitar su acceso a las pruebas y documentación, además del ambiente hostil en el cual se desarrollaron, mediado por el papel de los medios de comunicación en su contra.
El juez liberal Gerome Frank al dictar sentencia a los esposos expresó: "Si fuese tan joven como vosotros, estaría ahí diciendo las mismas cosas que decís, argumentando los mismos puntos que argumentáis, sosteniendo el argumento de que esas ejecuciones previstas no son válidas, pero cuando sean tan viejos como yo comprenderán por qué no puedo hacerlo".
Tiempo después se comprendería lo aterrado que estaba el juez Frank por las posibles represalias, obligándonos a preguntarnos en la actualidad el por qué de la imparcialidad de la jueza Joan Lenard.

miércoles, 25 de enero de 2012

A 159 años del natalicio del Héroe Nacional de Cuba



Un asomo a cómo pudo Martí ejercer
protagonismo en la causa de Cuba
Por Joel Mourlot Mercaderes *
Al leer o escuchar casi todas las evocaciones presentes a nuestro Héroe Nacional, parece forzoso concluir que aquel trienio glorioso (1892-1895) en que se preparó la última guerra independentista, fue lo más armónico y facil que pudiera concebirse, y que la labor de Martí fue cosa de andar y silbar durante esa dura y compleja etapa.
Aunque terminó por ser –lo cual es parte de sus muchas grandezas- el líder más ampliamente aceptado de la emigración cubana revolucionaria, en el primer lustro de la década de 1890 –electo y reelecto varias veces Delegado del Partido Revolucionario Cubano (PRC), al que hizo cada vez más protagónico dentro del programa separatista de la Isla-, José Martí no fue entonces el adalid indiscutido que hoy muchos creen al evocarlo…
No lo fue, ciertamente, y, por el contrario, en su labor de coordinador de los clubes patrióticos, de dentro y fuera de Cuba, para allegar fondos, defender y propagar las ideas del independentismo, comprar y distribuir armas y organizar el alzamiento dentro de la Isla, Martí, en efecto, tuvo que afrontar numerosos desacuerdos, abiertas y sutiles oposiciones, así como también fuertes campañas incriminatorias.
Desde la aprobación misma de las bases y estatutos del partido, por ejemplo, le afrontaron varios dirigentes de la emigración cubana en Nueva York –como Enrique Trujillo, Néstor Ponce de León y otros-, que estimaron ver en esos documentos gérmenes de una posible “dictadura”, que podría ejercer Martí sobre el Partido, y por más de un año –con Trujillo, Juan Calderón y otros a la cabeza- acusaron al Delegado de tales propósitos.
Otros, como los patriarcas Juan Arnao, Leandro Rodríguez y varios más –aunque no le adversaron, propiamente-, dieron de Martí imágenes subjetivas no muy favorables que digamos...
Cual si fuera poco, por aquellos días, el entonces teniente coronel mambí Ángel Guerra, rechazó subordinarse a él en cualquier plan de invasión armada a la isla, e, igual, los comités revolucionarios de Las Villas, encabezados por Luis Lagomasino, lo rehusaron como ductor del movimiento insurreccional en el país, y así se lo hicieron saber a su primer comisionado a Cuba, Gerardo Castellanos Lleonard, comandante de la Guerra Grande, en febrero de 1892.
Contrariaron el modo como él lo había concebido -y el tiempo en el que lo tenía pensado hacer-, las exigencias de los conspiradores en la Isla y fuera de ella –veteranos y muchos de nuevo ingreso- para colocar a los jefes más sobresalientes del mambisado al frente de los planes de la guerra, lo cual puso en el tapete viejas y nuevas prevenciones.
Martí se vio precisado a dirimir hasta el papel de rector del PRC al secreto “Luz de Yara”, en los preparativos del levantamiento y de la invasión a Cuba, y lo conquistó. Sabedor de que quien dominase los fondos provenientes de las contribuciones, ganaba el poder de decisión en esta esfera de la organización revolucionaria del separatismo, llevó a cabo insistente y sagaz labor para convencer a los líderes del Consejo de Presidentes en esas dos localidades norteamericanas, de que debían dar los fondos al PRC, y específicamente al Delegado de éste, a él, lo cual logró con diversas argumentaciones, entre noviembre de 1892 y el 27 de febrero, en que se aprobó unánimemente, con lo que el Partido ya adquirió la máxima influencia para sus funciones dentro del movimiento, aunque, también, responsabilidad ante cualquier revés ocasional que se experimentara.
Precisamente, lo incriminaron ante la conciencia pública por los fracasos de Purnio (Holguín) y en Las Villas, durante el año de 1893, y, en consonancia, por supuestamente no haber hecho el más correcto uso de los fondos recaudados entre los emigrados. Fueron duras pruebas de confianza por la que pasó, examen que llegó al paroxismo, en diciembre de 1894, cuando los presidente de los Consejos de Clubes de Tampa, Cayo Hueso e Ibor City, le rogaron reiteradamente no acudiera al Cayo, y ante la determinación de Martí para enfrentar allí a quienes propalaban argumentos en su contra, le urgieron no fuese a aquella localidad, “por temor a algún desmán contra él”.
OTRO TRIUNFO MARTIANO
Semanas más tarde, se esfumó la tormenta; las actas consignan: “[…] no ha estado entre nosotros, pero ha hecho cuanto ha sido posible para que triunfe la razón y la justicia”. Los hechos –y el apoyo resuelto de Gómez, Maceo y de todos los principales líderes políticos y militares cubanos en la emigración- terminaron por fortalecer la posición de Martí dentro del movimiento, quien, lo mismo allá en el Cayo, como en Tampa, en abril de ese propio año 1894, recibió el voto unánime de los 19 clubes para él como Delegado del PRC, lo que se repitió en abril del 95.
Es lo más significativo que se puede resaltar: Martí salió siempre más fortalecido de cada uno de esos trances, o ante cualquiera de esas campañas.
Su intachable biografía habló por él en aquellas circunstancias. Digamos sucintamente: los veintiséis años de creación y lucha, en los que se distinguen la prisión, la deportación, las denuncias más severas y palpitantes contra la tiranía colonial española, con las publicación de obras tales como: “Presidio Político en Cuba”, y el folleto “La República Española ante la Revolución Cubana” (Madrid, 1871 y 1873, respectivamente); su peregrinar por las tierras de América, en las cuales dio su valioso aporte intelectual, a la vez que a la obra por la redención de su patria: magnífica y colosal obra literaria, periodística, indigenista, de trascendentes correspondencias y  piezas oratorias y de conspiraciones políticas, de nueva deportación y de exilio forzoso, así como de salto al liderazgo de organizaciones patrióticas de la emigración cubana en los Estados Unidos, previo a su extraordinario rol en la fundación del PRC y los preparativos de la nueva guerra para la independencia cubana de España.
También, le ayudaron a derribar muros, el derroche de su talento, la profunda y clara visión que tenía del presente y del porvenir de Cuba, la rectitud de principios, su inmenso amor a Cuba y su demostrado patriotismo militante, tanto como el empleo tremendamente atinado de todas las armas válidas de la política, que Martí, evidentemente, dominó al dedillo.
Alguien que compartió con él aquellas fechas de gloria, lo describió así: “Era encorvado, pálido y taciturno […] No era amigo de la violencia, pero en la tribuna, su apariencia triste y melancólica se transformaba, y aquel hombre flébil y encorvado se erguía recto como una flecha: la sonrisa desaparecía de su boca adquiriendo un rictus de severidad que hacía de sus labios indignados el canal natural al torrente de palabras”, que –al decir del general (EL) Enrique Collazo, uno de los que en algún momento le censuraron- quien no las haya oído en la intimidad no se da cuenta de todo el poder de fascinación que cabe en la palabra humana.
Que pudo haber cometido errores de exagerado entusiasmo, y hasta de exceso de confianza en algunos jefes en el interior de Cuba, es posible; que su amor infinito a la libertad y a la democracia le aconsejaron agudo celo contra “posibles caudillos”, y prisas para “neutralizar” influencias potenciales de estos líderes veteranos, parece cosa cierta; pero fue más que todo la obra de los envidiosos y de sus enemigos políticos, lo que intentó provocar aquel pase de cuenta al Delegado del Partido Revolucionario Cubano.
Mas, su virtud, su inteligencia, su honradez y su patriotismo a toda prueba, se impusieron, y le dieron éxito evidente sobre oponentes y detractores; su amor venció, al fin, el valladar de quienes no le querían, y su sangre, regada heroicamente en los campos rebeldes de su Cuba, le agenció un triunfo mayor: el de la inmortalidad.
“Para Martí –repito una vez más lo que dijo con absoluta razón uno de sus mas fervientes estudiosos- no se puede tener sino frases de alabanza, de admiración, de entusiasmo, y más que todo de reconocimiento. Su talento seduce, su patriotismo es un modelo digno de ser recomendado a la juventud.”
                                             *Periodista e investigador de Historia

Juicio crítico a 100 años de la masacre de 1912 (I)



Radicales y moderados en el
Movimiento negro en Santiago de Cuba
Joel Moulot Mercaderes *
El 14 de diciembre de 1799, una Real Cédula dio a centenares de negros de la villa de El Cobre, no sólo la ratificación de su condición de hombres libres y de la posesión de las tierras que usufructuaban de antaño, sino que, además, les dio “la noble y generosa clase de Españoles”; más aún: allanó el camino para el acuerdo de la Diputación Provincial de establecer en dicho poblado –al amparo constitucional -y “para su mejor gobierno interior”- un ayuntamiento, “compuesto de alcaldes, Regidores y Síndicos […]”.
Fue un acto verdaderamente reparador, fruto, en parte, de la justicia metropolitana española, pero, sobre todo, de más de 120 años de lucha de aquellos negros –con laureles y reveses-, a partir de 1677, en que se sublevaron por primera vez, a fin de oponerse al desalojo y al sometimiento esclavista.
No veo otro momento igual. Aquel acontecimiento significó, de facto, tres cosas muy importantes para aquellos hombres de tez oscura: una, el reconocimiento –después escamoteado y olvidado- de su calidad de seres humanos, iguales en teoría –en tanto que “españoles reconocidos”-, a los demás habitantes libres; dos, la elevación en la autoestima del llamado hombre de color, al menos en ese territorio, y, también, muy especialmente, la validación de la lucha radical, para enfrentar la esclavitud y obtener los derechos básicos.
Verdad es que, hasta muchas décadas después, no hubo conquistas tan espectaculares para los negros de la jurisdicción santiaguera; mas, a partir de aquel entonces, fueron más frecuentes que antes las “escapadas hacia la libertad” (cimarronaje); los actos de asaltos a propiedades rústicas, en busca de recursos, y de defensa armada de los palenques frente a rancheadores y comisionados.
Por otra parte, la revolución industrial, más la lucha contra la trata de esclavos y la esclavitud misma, fueron dando nueva dimensión al problema negro y, condicionando una nueva estrategia para la lucha de los hombres de color, tanto esclavos como libres.
El bando del abolicionismo, igual se fue ampliando, cada vez más, con numerosos y notables hacendados y profesionales, otrora esclavistas -y/o defensores de ese infame modo de explotación humana-, haciendo que abolición e independencia fuesen, cada vez más, causas comunes, en las cuales tuvieron que comulgar tanto blancos como negros libres y esclavos.
De modo que el movimiento reivindicador negro –muy tempranamente en la jurisdicción santiaguera- encontró en la revolución separatista el cauce natural por el que debía fluir la lucha por su libertad y por sus derechos naturales, sociales y políticos.
No es casual, por tanto, ver en Santiago de Cuba a varios negros –encabezados por Petrona Sánchez- integrados, en 1848, al grupo conspirativo del licenciado neogranadino Juan Eulalio Godoy; o a Quintín Banderas, “y otros de su clase”, en los complots de 1849 a 1851, liderados por los Valiente, Cisneros Correa y Duany Repilado.
Que no es casual, lo demuestran, también, las dos grandes conspiraciones negras –con presencia blanca demostrada- de 1864, en El Cobre, y de junio de 1867, en ese partido, Palma Soriano y la ciudad de Santiago de Cuba, cuyas cabezas visibles fueron Carlos Rengifo, Fernando Guillet y Miguel Betancourt, la cual concluyó con el apresamiento de más de 300 integrantes, sublevados luego en la cárcel santiaguera, el 9 de octubre de 1867,  y cuyo epílogo fue la fuga de algunos de ellos, su asesinato, más tarde –¡vaya ironía!-, por varios esclavos de las haciendas donde se escondieron; y un juicio sumarísimo, en el que un consejo militar condenó a fusilamiento y a mayores penas de prisión a otros participantes del motín.
Se entiende, entonces, por qué la revolución del 68 contó desde sus preparativos y liminares de la guerra con la presencia numerosa de los hombres de color, libres y esclavos, quienes vieron en la contienda la oportunidad ideal de alcanzar libertad y derechos, y se dieron con mucha vehemencia a conquistarlos.
No resulta ocioso reconsiderar la trascendencia de aquel cataclismo bélico para el hombre negro, y especialmente –permítaseme significarlo- para los negros del territorio santiaguero.
Digamos, en primer lugar: la esclavitud, desacreditada en su criminal, abyecta y ridícula justificación, e inservible, por su ineficiencia económica; sostenida sólo por los exponentes más logreros y retrógrados de la sociedad, y que ya venía extinguiéndose lenta pero progresivamente -por caritativas manumisiones graciosas de algunos amos, o compradas por los propios esclavos-, sufrió un mortal resquebrajamiento con la libertad masiva, unas otorgadas por propietarios revolucionarios, antes y después del gesto de Céspedes en La Demajagua, y más numerosas aún, cuando hubo que reconocer libres a los esclavos mambises, al término de la campaña.
En segundo lugar, el hombre de color conquistó un reconocimiento extraordinario, al amparo de haber concluido la contienda asumiendo el mayor número de la plantilla del Ejército Libertador, así como de buena parte de su jefatura subalterna y oficialidad, y  aun de la cúpula combatiente, con gran protagonismo en tan longa y cruenta guerra, durante la cual mostró gran talento, afanes de superación cultural, civilidad moderna y justa, nivel de convivencia armónica con otros grupos raciales, especialmente con los blancos, y gran amor a Cuba.
Los momentos más altos de tal distinción –podría decirse- fueron el juicio de enaltecimiento que hizo de Antonio Maceo el mismísimo general en jefe español Arsenio Martínez Campos, y más aún su entrevista con los dos más altos jefes pardos de la Revolución: Manuel Titá Calvar Oduardo y el propio Antonio Maceo Grajales, el 15 de marzo de 1878, en los Mangos de Baraguá.
Por supuesto, estos hechos multiplicaron la autovaloración de la mayor parte de la “clase de color” a una altura casi sideral.
Pero tamaño reconocimiento en incrementada autovaloración del negro, trajeron aparejados, también, un redivivo racismo visceral y prevenciones viejas y nuevas por parte de muchos blancos –presos de falsos y deletéreos preceptos sobre el negro-, incluidos no pocos miembros distinguidos del independentismo.
DOS LÍNEAS DE LOS REINVINDICADORES NEGROS EN SANTIAGO
No me atrevería a decir que no lo hubo antes, ni que sólo se dio en esta zona del país; pero se puede ver claramente que, a partir de todas esas consecuencias positivas que trajo la Guerra Grande para el hombre negro, en Santiago de Cuba –mayor exponente de los grandes protagonistas mambises de esa raza, y donde la instrucción primaria pública del negro, al menos, fue notable, desde 1839, por obra del más grande héroe civil de la ciudad, de todos los tiempos, Juan Bautista Sagarra-, cobraron fuerza inusitada los prejuicios, el odio y, con renovada vigencia, las tesis racistas contra el hombre de color; todo manipulado por las autoridades españolas del Departamento Oriental; pero en los que coincidieron muchos blancos separatistas; digamos: “el negro como ser inferior al blanco”, “creado por Dios para servir al blanco”, “su naturaleza proclive”, “sus afanes para cobrar revancha contra los blancos”, “hacer una Cuba africana” y otros absurdos, muy digeribles en aquel ambiente.
No bastaba con dividir a blancos y negros; el funesto general Camilo Polavieja, desde los recovecos de su alma torcida y temerosa, promovió, asimismo, la de los pardos y morenos. Así, en enero de 1879, promovió la disolución del Casino Popular de Santiago de Cuba, en el que se recreaban, superaban, compartían ideas y razonaban, negros y mulatos, bajo el liderazgo de Néstor Rengifo, Pedro Antonio Domínguez, José Teodoro Prior, José Agustín Lafourié, Rebollar, Emiliano Lino Gómez, Francisco Audivert Pérez y Lucas Mesa, de lo más culto y esclarecido, entre la “clase de color”, en la sociedad civil de Santiago de Cuba. Disolverlo, en fin, para dividirlo en una sociedad de pardos, y otra para morenos.
No resultó sencillo, pues hubo fuertes discusiones, especialmente entre Lafourié, que apoyó la separación, y Mesa, que la fustigó e intentó demostrar su inconveniencia. Pero, a la larga, tampoco fue tan complicado lograrlo…
Fue el malvado genio de Polavieja, además, el que orquestó esa “propaganda atrabiliaria” –como la calificó Maceo, a la sazón-, que propagó la falacia acerca de que los hombres de color –bajo la conducción de los Maceo, Guillermón, José Medina Prudente, Pepillo Pereira, Lacret, Quintín, Garzón y otros- preparaban una guerra de razas, para practicar horrenda venganza en contra de los blancos, y que procuraban instaurar una república negra, para unirla a Haití, en una supuesta confederación.
Fue ese general carnicero quien cribó la revolución del 79 de los jefes blancos, para, justamente, hacerla aparecer como obra de los negros; quien llevó a cabo una horrenda represión contra civiles en los campos orientales, quien –de acuerdo con el capitán general- traicionó las capitulaciones establecidas con Guillermo Moncada y José Maceo, se burló de los cónsules garantes (de Estados Unidos, Francia e Inglaterra), apresó a cientos de mambises en alta mar, y los mandó sometidos a prisiones españolas en la costa norte africana y del Mediterráneo. Fue él mismo quien asesinó a decenas de negros y mulatos y deportó a más de 300 hombres de ellos –sin vínculos evidentes con la Guerra Chiquita- hacia Fernando Poo y las prisiones del norte de África, y quien, con experticia cirujana, seleccionó a sus principales adalides para asesinarlos (Rengifo y Rebollar, entre otros) y para deportarlos, como lo hizo con Prior, Domínguez y Mesa. Estos dos últimos, los únicos hombres de color miembros de la Junta Directiva del Partido Liberal de Santiago de Cuba, en 1878, y fallecidos ambos, precisamente, en 1881, en Ceuta, durante la deportación.
Lo peor de todo es que, persuadidos –o confundidos- por aquella propaganda infame…no se alzó en la jurisdicción ninguna voz señalada de rechazo a tanta sevicia.
Parece acertado afirmar que la generalidad de los pardos y morenos santiagueros se percataron, desde aquel entonces, de que la batalla por la plena libertad y el goce de todos los derechos del hombre negro, iba mucho más allá de la lucha por la independencia del país; esto es: también contra el racismo y la discriminación racial.
Imbuidos por la razón que les asistía, por la cuota de sacrificio aportado a la causa patriótica común (más después de la Guerra del 95) y por contar con la pertenencia -o simpatía- de los principales líderes del separatismo y de la futura república, y de gran número de jefes y oficiales negros en el Ejército Libertador-, tenían la absoluta convicción de que merecían esa libertad y todos esos derechos, y si se les privaba de ellos, los reclamarían –y aun los conquistarían- por la fuerza.
Exiguo fue, sin embargo, el número de quienes se dieron cuenta de que, en el entramado de la sociedad cubana, el enfrentamiento racial -aunque le asistiese toda la razón a una de las partes- iba a ser el peor de los males para la nación, para la república que se iba a instaurar, y para sus habitantes todos; que los blancos no debían intentar someter al negro, ni podían eliminarlo de la faz del país; y que ni los negros más locos o aviesos podían siquiera pensar en una Cuba negra, o donde tuviera preponderancia el negro, y que, incluso, la “clase de color” –lo mismo por carencia de recursos que de preparación, así como por otras circunstancias nada despreciables- no estaba en condiciones de forzar a la clase dirigente del futuro país a otorgar y garantizar el ejercicio de todos los derechos del negro.
Mínimo, pues, el número que pudo prever que la verdadera batalla de la raza, no era ya sólo la independencia y el rechazo al racismo y la discriminación racial, sino que, igual habría que librarla dentro de la propia clase de color: con la elevación del hombre negro, por medio, principalmente, de su propia y múltiple superación, ganándole al racismo espacio tras espacio, en la sociedad cubana.
Así pues, el movimiento reivindicador del negro se vio en el territorio santiaguero –en otros sitios, también, por supuesto- abocado ante dos tendencias, dos corrientes: la radical y la moderada.
Un factor que favoreció para algunos la prelación por la corriente más tajante, fue el fin de la Guerra de 1895-1898, en cuya epopeya –conjuntamente con muchos héroes blancos- llegaron al pináculo de la gloria muchos representantes de la raza negra, mártires y sobrevivientes; tales como: los hermanos Antonio y José Maceo Grajales, Guillermón Moncada Veranes, Jesús Sablón (Rabí) Moreno los hermanos Agustín, Juan Pablo y José Candelario Cebreco Sánchez, Pedro Díaz Molina, José Francisco Lacret Mourlot, Quintín Banderas Betancourt, Vidal y Juan Eligio Ducasse Revé, Florencio Salcedo, José González Planas, Alfonso Goulet, Luis Bonne, Prudencia Martínez Hechavarría, Victoriano Garzón, Manuel La’O Jay, Pedro Ivonet Dofourt, José Francisco Camacho Viera, Guillermo Pérez, Valeriano Hierrezuelo, Alfredo Despaigne, José Dolores Asanza Millares, Ramón Risco Cisneros, Evaristo Lugo, Lorenzo González, Juan de León Serrano, Félix Ruenes y tantos otros, generales y coroneles que harían una lista casi interminable.
Esa gran ofrenda patriótica reforzó su creencia de que Cuba libre, soberana, republicana y democrática haría justicia a la raza negra, favoreciéndola con el ejercicio de todos sus derechos.
No fue así: se alcanzaron unos; muchos otros, no; algunos negros llegaron más alto y más lejos; otros quedaron en el subsuelo y hasta retrocedieron; como fueron los casos de centenares de mambises –“de color”, en su inmensa mayoría-, que beneficiados en 1878-79, cuando la “mensura que hizo Guillermón”, y por otras entregas-, con el usufructo de algunas parcelas, padecieron desalojos y retaliaciones de geófagos y del gobierno.
Los ejemplos son numerosos: decenas de vecinos del El Dorado, Palma Soriano (1903); de la familia del capitán y mártir invasor Anselmo Cáyamo, a la entrada de El Cobre; de los vecinos de San Leandro, que sufrieron las usurpaciones del integrista Cástulo Ferrer, entre 1878 y 1895, y de los Almeida, en los liminares de la república;  los 200 veteranos mambises del propio El Dorado, Santa Bárbara y Monte Dos Leguas, liderados por el coronel Nicolás Lugo, que tuvieron que enfrentar los intentos de desalojo, en 1911, como lo estaban haciendo otras decenas de veteranos libertadores de Songo y de La Maya; por sólo señalar esos casos concretos.
Así pues, persuadida por varias razones, refugiada en la épica del rol de los negros durante las tres guerras separatistas y de los merecimientos consecuentes, sobreestimando en mucho su propia fuerza, e inspirada, a no dudar, por el “Movimiento Niágara” de los negros norteamericanos (inicios y estructuración 1905-1908), que postulaba y promovía un activismo que validaba hasta la violencia en el reclamo de los derechos; por todo eso y más, una gran masa de los reivindicadores negros en Santiago de Cuba, optaron por la línea radical en los reclamos y/o conquista de derechos, ante los grandes abusos y abrumadores olvidos a inicios de la república.
          *Periodista e Investigadfor de Historia