Joel Mourlt Mercaderes*
La Alameda de Santiago de Cuba es un verdadero
privilegio que puede darse la visión de cualquiera de los miles de personas que
concurren a este acogedor recinto de la ciudad, en busca de solazarse.
El alma del concurrente
a este gran parque-paseo santiaguero no halla fácilmente los límites al
deleite, lo mismo si se recrea observando detenidamente este formidable ámbito,
que si lo hace reparando en los escenarios que lo rodean…
Bien mirada
–como un complejo monumentario único-, la primera área estructural de la
Alameda es un parque rectangular bastante extenso, que va de la calle General
Lahera, en los líndes del muelle de Romero, donde comienza el gran almacén
contiguo al edificio de la Aduana santiaguera. El espacio (de unos 300 m. de
largo, de sur a norte, y de 50 a 60 m de ancho, de oeste a este) contiene: una
zona de recreo infantil (con canales, cachumbambé y otros atractivos), seguida
de una gran zona jardín -dividida en dos por el frontón y las canchas de baloncesto
y voleibol del otrora Club Náutico (hoy restaurante homónimo especializado en
pescados y mariscos)-, cuyos extremos occidentales son pequeños malecones, en
el litoral de las tranquilas aguas del fondo de la bahía santiaguera, y a los
que dan acceso amplias aceras.
Desde los
pocos y estratégicos bancos situados en los dos sitios, parecería vicioso
contemplar el leve oleaje de esta parte de la rada santiaguera, cuya monotonía
rompen los buques surtos en puerto, tanto como el ir y venir de pequeñas embarcaciones
y los actos diligentes de numerosos grueros y estibadores, y el fondo de esa
red de montañas (parte de la Sierra Maestra), que semejan una tenaza alrededor
de la ciudad, pero que la preservan del efecto directo de los frecuente
huracanes.
Pero la
Alameda es, sobre todo, el grande y oblongo parque central, separado de aquella
área por una calle vehicular interior; ese paseo de unos 450 m de longitud por
unos 40 de ancho, con sus dos espaciosos parterres laterales, a todo lo largo
del parque, en los que añejos almendros dan sombra y frescor sobre los bancos
que, cada cierto espacio, emergen de las dos verjas que limitan del ámbito de
estar, la mayor parte de esos dos costados... Es, sí, ese recinto de piso
amplio, hermoso, escaqueado, en cuyas zona central se levantan dos notables
fuentes ornamentales, pobladas de peces y sirenas metálicos, y desde donde no
solo se puede disfrutar del espectáculo marino, sino también, del embrujo
urbanístico de la ciudad, con no pocos e impresionantes ejemplares de
arquitectura colonial, de los portentosas calles y escalas cuales si se
derramaran desde las alturas hacia la rada, y los seductores balcones naturales
que tanto abundan…
Desde 1833,
en que el brigadier Juan de Moya, gobernador de la provincia, a la sazón,
ordenó disecar las zonas pantanosas aledañas al puerto de la ciudad, y que dio
lugar al surgimiento de la calle de María Cristina, en honor de la reina
regente; pasando por la construcción, en 1840, de un extenso paseo –que iba desde
Punta Blanca (hoy hospital militar Dr. Joaquín Castillo Duany) hasta el Campo
de Maloja, al punto de las calles Los Maceo y Habana, donde ocho añosa después
de erigió la Plaza de Toro, que tanto furor causó entre los santiagueros, la
Alameda de Téllez, de Cristina, de Lorraine y la Michelsen, en honor al
comerciante, benefactor y mecenas alemán Germán Michelsen, quien la remozó en
1893, y le dio alumbrado eléctrico en 1908, y más aún, desde que en 1927, en
tiempo del polémico alcalde Desiderio Arnaz, se remozó totalmente y se le dotó
de glorietas y arcos de triunfo extraordinarios, este parque-paseo de Santiago
de Cuba adquirió enorme atractivo para propios y foráneos.
En la década
de 1950, el paseo fue sometido a una nueva reconstrucción, que dio una imagen
más actualizada a este formidable y concurrido espacio de solaz; recinto de esparcimiento
infantil, de cuitas de enamorados, de embrujados por los encantos de este sitio
y de sus contornos; escenarios de singulares y multitudinarios actos políticos,
religiosos, de otros signos sociales y de festejos populares tradicionales, la
Alameda de Santiago de Cuba es, asimismo, un sitio donde los habitantes de la
urbe han querido rendir especial homenaje a personalidades extranjeras que
mucho la conmovieron, tales como: el capitán de navío Sir Lambton Lorraine,
comandante de la fragata “Niobe”, que impidió prosiguieran los españoles las
infames ejecuciones de expedicionarios y marinos del vapor Virginius, en
noviembre de 1873; el citado filántropo germano Michelsen, y la señorita
Burton, fundadora de la Cruz Roja Internacional, cuyos bustos prestigian ese
populoso recinto; monumento emblemático de mi ciudad.
*Periodista, investigador e historiador
No hay comentarios:
Publicar un comentario