jueves, 22 de octubre de 2015

120 aniversario de la invasión a Occidente.





El hecho militar más audaz de la centuria


     La invasión al occidente de la Isla de Cuba, protagonizada por tropas del Ejército Libertador al mando de los mayores generales Máximo Gómez y Antonio Maceo, entre el 22 de octubre de 1895 y el 22 de enero de 1896, fecha en que la columna invasora hizo entrada en Mantua, el poblado más occidental de Cuba. Fue considerada por muchos especialistas militares de la época como el hecho de armas más audaz de la centuria.

   La Invasión a Occidente, un sueño que no pudieron materializar los combatientes cubanos durante la Guerra de los Diez Años, era de trascendental importancia militar, económica y política para la causa independentista.
    Inspirada en lo que José Martí, el Apóstol de la Independencia de Cuba, concibió como “guerra necesaria”, esta campaña también respondía a un viejo anhelo de los generales insurrectos Antonio Maceo y Máximo Gómez, quienes pusieron en marcha la estrategia de no limitar la contienda libertadora al territorio oriental de la Isla, sino obligar a España a pelear simultáneamente en las seis provincias del país, con el fin de debilitarla en todos los frentes.
    Ambos próceres formaron un binomio invencible. Desde el oriente cubano partió Maceo, mientras Gómez organizaba a sus tropas desde Camagüey, territorio cercano a la región central de Cuba y guiados por el empeño de irradiar la lucha contra el colonialismo español por todos los confines de Cuba, las fuerzas del Ejército Libertador iniciaron el 22 de octubre de 1895 uno de los hechos más relevantes de la historia patria: la Invasión desde Oriente hasta Occidente.
    Cuba era una isla larga y estrecha, donde predominaban las llanuras.
     En Occidente se concentraban las mayores riquezas económicas y el centro del poder político de la colonia.
España domina todas las vías de comunicación.
     La metrópoli había concentrado la mayoría de las fuerzas militares en esa región.
      La columna invasora contaba con más de 4 mil hombres y los españolas entre soldados y voluntarios poseía una fuerza de más de 200 mil hombres.
Los objetivos militares, económicos y políticos de la invasión eran:
-Extender la guerra a todo el país.
-Aumentar en armas y combatientes al Ejército Libertador.
-Abrir las costas a las expediciones.
-Dispersar las fuerzas españolas.
-Impedir el desarrollo de la zafra.
-Destruir la economía de Occidente.
-Eliminar las manifestaciones de caudillismo y regionalismo.
-Extender la República en Armas.
-Lograr el reconocimiento internacional

       La idea de la invasión a occidente estuvo presente siempre en la estrategia de los principales jefes de la Revolución. Su razón está expresada en la Circular al Ejército Libertador de José Martí del 14 de mayo de 1895, unos días antes de su caída en combate: "La parte más importante y decisiva de una guerra no está en las batallas, ni en los hechos de valor personal, sino en el sistema favorable con que en todas partes a la vez, se debilita y empobrece al contrario, se le quitan recursos y se le aumentan las obligaciones, se le obliga a pelear contra su plan y voluntad, y se le impide que reponga sus fuerzas”
     De ahí que tan pronto se consolidó la lucha en las tres provincias orientales, Maceo formó un contingente con una parte de sus tropas para pasar hacia Camagüey, unirse con Gómez en Las Villas y avanzar hacia el oeste.
Reunidos poco más de 1 400 soldados en la sabana de Mangos de Baraguá, el lugar donde en 1878 se había producido la histórica Protesta,
     El contingente invasor oriental comandado por Antonio Maceo cruza la trocha de Júcaro a Morón, el 30 de noviembre de 1895.
Maceo dio inicio a la marcha el 22 de octubre de 1895. Después de burlar al mando español de Holguín, que lanzó todas sus fuerzas para impedir el avance de Maceo, el contingente invasor entró en la provincia de Camagüey, cruzó la bien defendida trocha de Júcaro a Morón sin tener una sola baja y se unió a las tropas de Máximo Gómez, como estaba previsto, en territorio villareño.
    El «Generalísimo» designó a Maceo jefe de la columna invasora. El 15 de diciembre, al hacer un recuento de armas y municiones, comprobó Maceo que sólo contaban con un promedio de dos cápsulas por cada combatiente: había que arrancarles armas y municiones al enemigo.
    Tuvieron oportunidad de hacerlo en Las Villas, donde eran ya 3 600 invasores que se enfrentaban a 8 000 soldados españoles. Allí libraron algunos combates, entre ellos el del 15 de diciembre de 1895 en el potrero de El Naranjo, que vino a ser el más favorable a las armas cubanas en todo el curso de la invasión. En él sólo participaron 400 invasores, los que hicieron más de 200 muertos al enemigo y capturaron buena cantidad de armas y parque, a un costo de cuatro cubanos muertos y 40 heridos.
     A un ritmo de 16 horas diarias de marcha, los invasores penetraron en la provincia de Matanzas, bien defendida por 30 000 soldados españoles, al mando del experimentado general Arsenio Martínez Campos. En las inmediaciones de esa provincia y utilizando su astucia, Gómez y Maceo dieron un gran rodeo y retrocedieron hasta los límites de Las Villas, como si regresaran hacia el oriente. Y cuando Martínez Campos los creía lejos, daban de nuevo un giro hacia occidente y se acercaban a la provincia de La Habana. Esta operación es conocida popularmente como «el lazo de la invasión», y constituyó una excelente maniobra que permitió burlar a poderosas fuerzas y continuar hacia el oeste.
     Ya en La Habana, con sus fuerzas incrementadas, los invasores avanzaron tomando ocho poblaciones importantes y amenazaron a la capital. Aquí Maceo y Gómez se separaron: éste quedó en La Habana con 2 500 hombres, mientras el Titán avanzaba hacia Pinar del Río con 1 500.
     Para facilitar las acciones invasoras de Maceo en Pinar del Río, Gómez distraía a las tropas españolas en La Habana mediante la táctica de «la lanzadera», que se caracterizaba por un constante ir y venir que despistaba a las columnas enemigas lanzadas contra él.
Maceo atravesó la provincia pinareña tomando numerosas poblaciones y evadiendo otras, y llegó victoriosamente al extremo occidental de la Isla, a la ciudad de Mantua, donde plantó la bandera de la estrella solitaria el 22 de enero de 1896, exactamente 3 meses después de haberse iniciado la marcha en Baraguá.
      El Ejército Libertador y sus dos jefes más relevantes habían realizado una portentosa hazaña que según un crítico extranjero fue «el hecho militar más audaz de la centuria».
      La destrucción de la economía que sustentaba al régimen colonial, en especial la industria azucarera, fue objetivo fundamental de la invasión a la región occidental de la isla.
En efecto, atravesando una isla larga y estrecha, cortada por numerosos ríos, desafiando a un enemigo que contaba al principio con unos 100 000 hombres y finalmente con más de 180 000 soldados y 42 generales; que era dueño de las principales ciudades y de pueblos bien fortificados, magníficos campamentos y trochas; que disponía de las armas más modernas de su época y un buen sistema de comunicaciones. Y en esas condiciones, la columna invasora cumplió cabalmente sus objetivos militares: llevar la guerra a todos los puntos del país, poner sobre las armas a miles de patriotas y fortalecer material y moralmente la insurrección.
      También se alcanzaron importantes objetivos económicos: destruir gran parte de las fuentes económicas de España, de tal modo que se redujo la producción y bajaron las recaudaciones del gobierno colonial.
       En lo político, creció el prestigio internacional del movimiento independentista; se demostró que en Cuba había un ejército popular y no una banda de facinerosos como decían los españoles, y se despertó el interés de los órganos de prensa mundiales por conocer y divulgar las luchas del pueblo cubano.
      Después de la Invasión se reafirmó la fe del pueblo en la victoria y muchas personalidades del mundo comprendieron que España no podría ganar la guerra de Cuba.
     Esta brillante invasión, síntesis y consolidación del arte militar cubano, implicó 92 días durante los cuales los libertadores recorrieron cerca de 1 800 kilómetros, sostuvieron 27 combates, ocuparon 22 poblaciones importantes y arrebataron al enemigo abundante equipo militar, incluidos 2 036 fusiles y 67 000 cartuchos. La magnitud de la hazaña se hace más evidente al considerar que la fuerza invasora nunca sobrepasó la cifra de 4 500 efectivos, mientras las tropas del ejército colonial español desplegadas en su frente sumaron cerca de 200 000 soldados regulares y paramilitares.
     El mundo entero quedó impresionado por la gesta. El periódico norteamericano The Sun comentó: "La habilidad de la estrategia del jefe revolucionario jamás ha sido sobrepasada en una guerra (...) se acerca más a los prodigios de la leyenda que a los anales auténticos de nuestro tiempo. Gómez ha desplegado en toda esta campaña admirable genio militar".
     Y el general estadounidense Sickles, veterano de la Guerra de Secesión, la enjuició así: "La marcha de Gómez, desde el punto de vista militar, es tan notable como la de Sherman (...) debemos poner a Gómez y a Maceo en la primera fila de la capacidad militar".
    De nada le valió a la metrópoli española su poderío. A golpe de audacia, coraje y agudeza, las huestes insurrectas dejaron huellas de valentía en combates como el cruce de la trocha de Júcaro a Morón, importante enclave del adversario que Gómez burló sin contratiempos para franquear el camino hacia la provincia central de Las Villas.
La Batalla de Mal Tiempo, donde fue aniquilado totalmente un batallón colonialista, así como los enfrentamientos en Las Taironas, Calimete y Coliseo fueron no menos cruciales en aquella gesta independentista que luego avanzó por los llanos aledaños a la capital del país y culminó en las montañas de Pinar del Río, en el extremo occidental de Cuba.
      Fueron 92 días de lucha frontal a lo largo de casi mil 800 kilómetros. El mando castrense español veía con asombro e impotencia cómo fracasaba estruendosamente la estrategia para contener y rechazar a los invasores a cuyo paso ocuparon una veintena de pueblos.
    Más allá de la trascendencia épica de este episodio, se logró el propósito de golpear sin tregua las fuentes de riquezas que sustentaban las ganancias de la metrópoli española en la isla.
    La Invasión a Occidente cubrió de gloria a los patriotas cubanos y le demostró al mundo la verdadera causa por la cual combatieron durante tres decenios.

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