DOS HOMBRES EN UNA FECHA
No
solo los une la simple coincidencia de sus cumpleaños: Ernesto Guevara y
Antonio Maceo pertenecen a esa dimensión de lo inmenso, de lo legendario. El
más viril de todos los criollos uno; el otro guerrillero de América; los dos
símbolos de un heroísmo que ha trascendido el tiempo y el olvido.
En
1845, en Majaguabo, término municipal de San Luis, en Santiago de Cuba. Un niño
llamado Antonio de la Caridad Maceo y Grajales llegaba al mundo para permanecer
para siempre en el alma de este pueblo.
A
nuestros días llega la imagen del Maceo campesino, criado en la miseria,
protagonista de victorias conocidas por todos: la entereza ante Martínez
Campos, la audacia de la Protesta de Baraguá, la responsabilidad al mando de la
Región Oriental, la Invasión a Occidente, entre otros sucesos. Pero, ¿es esa la
única verdad?
Al
decir de quienes lo conocieron y registraron sus testimonios en la literatura,
El Titán de Bronce procedía de una familia de buena posición.
Gracias
a la educación recibida por sus progenitores, Mariana y Marcos, Maceo conoció a
comerciantes, industriales y familias acomodadas donde aprendió la diplomacia
que más tarde lo distinguiría dentro de las tropas mambisas.
Detrás
del porte de guerrero se escondía un hombre tímido que nunca conoció el campo
de batalla hasta el momento en punto en que se incorporó a la causa
revolucionaria por decisión propia.
No
sabía de uniformes militares, columnas en marcha, tácticas o estrategias de
ataques y a pesar de eso agitó el machete hasta el cansancio en busca de
tiempos mejores CORTE BREVE
El héroe cosechó triunfos para el Ejército
Libertador. Pero también sufrió derrotas que le quebraron el alma.
Las
tropas ibéricas redujeron a cenizas la casa donde vivió parte de su vida y con
ella el sudor de sus padres durante largos años. Lloró junto a su esposa
María Cabrales cuando perdió a su hijo con tan solo siete días de nacido por
causa del tétanos. Gritó en medio del monte mientras le sacaban la bala que
alcanzó su cuerpo en un combate.
Pero
junio invita también a mirar la historia del Che, del niño que nació en
Rosario, Argentina, y con solo dos años vivió la agonía de su primer ataque de
asma; del joven apasionado decidido a recorrer ciudades y naciones en una
búsqueda personal hasta formar parte de la Revolución Cubana y convertirse en
símbolo vigente de la lucha de los pueblos; del hombre íntegro que fue
descubriendo su verdadera vocación revolucionaria y escribió su nombre en la
historia libertaria de Cuba.
Ya
en 1965, consolidada la revolución cubana, el deber convoca, esta vez en
la lejana África. Antes de su partida al Congo, el Che escribe una
carta de despedida a sus padres: “Otra vez siento bajo mis talones el costillar
de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo”
Pero
la lucha del Guerrillero Heroico no acaba en suelo negro, continúa en América
del Sur, cuando a casi un año de su regreso de tierras africanas hace suyos los
ideales de otros pueblos oprimidos. Así, las balas lo alcanzan en Bolivia en su
último combate librado en la quebrada del Yuro, cuando las fuerzas enemigas
logran herirlo y lo asesinaron en la Higuera.
Ahora
se confunden el hombre y el símbolo; para muchos es el soldado, el guerrillero
de la Sierra, el internacionalista en esencia; otros lo hacen héroe, lo veneran
y lo llaman San Ernesto de la Higuera, mientras sus sueños perduran y alumbran
el camino de la justicia y el progreso.
Son los detalles olvidados en la historia
de nuestros días los que nos permiten conocer a nuestros héroes patrios como
seres humanos. Esta vez junio ha sido el pretexto para asomarnos a la
vida de dos hombres iluminados por una causa común, en épocas distantes: la
soberanía de este caimán dormido en el mar de las Antillas.
El
Che también patentizó el gran respeto y admiración que experimentó por el
bravío luchador independentista cubano Antonio Maceo
y Grajales.
El
siete de diciembre de 1962 comentó en torno a la vida y la obra de quién suele
ser igualmente calificado en nuestra historia como el titán de Bronce, al
hablar en el acto efectuado en El Cacahual con motivo del aniversario 66 de su
caída en combate.
Comenzó
su discurso destacando la vigencia que le atribuía a Antonio Maceo en ese
instante que vivía Cuba tras haber producido unos años antes el triunfo
revolucionario.
“Hoy,
que estamos en la tarea de la construcción del socialismo en Cuba afirmó-, que
empezamos una nueva etapa de la historia de América, el recuerdo de Antonio
Maceo adquiere luces propias. Empieza a estar más íntimamente ligado al pueblo,
y toda la historia de su vida, de sus luchas maravillosas y de su muerte
heroica, adquiere el sentido completo, el sentido del sacrificio para la liberación
definitiva del pueblo.”
Recordó
que él no estuvo solo en esa lucha y dijo que fue uno de los tres grandes
pilares en que se asentó todo el esfuerzo de liberación del pueblo cubano en el
siglo XIX. Y señaló que él, Máximo Gómez
y José Martí, constituyeron
las fuerzas más importantes, las expresiones más altas de la revolución de
aquella época.
El
Che resaltó que Antonio Maceo tuvo dos momentos, los más importantes de su
vida: los que, a su juicio, lo definirían como hombre y como genio
militar.
Y
argumentó de inmediato que el primero de ellos fue, cuando contra todas
las corrientes, contra todos los conformismos, contra todos los
desesperados que querían alcanzar algún tipo de paz después de 10
años de lucha, cuando se desintegra el Ejército de Liberación y se firma la Paz del
Zanjón, Antonio Maceo expresa la Protesta de Baraguá y, solo, trata
de seguir la lucha en condiciones imposibles.
Para
el Che el otro momento crucial en la vida de Antonio Maceo tuvo lugar entre
octubre de 1895 y enero de 1896 cuando él realizó la histórica invasión desde
Oriente hasta la provincia más occidental de Cuba, Pinar del Río.
La
guerra por la independencia de Cuba se había logrado reiniciar el 24 de febrero
de 1895 y en el transcurso de los meses y tras las primeras batallas y
combates, entonces se preparó, al decir del Che, la segunda de las hazañas
definitorias de la vida de Maceo: la Invasión.
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