*EL REINICIO DE UNA GUERRA NECESARIA
ORGANIZADA POR JOSÉ MARTÍ
A pesar de que historiadores y docentes han
demostrado hasta la saciedad que este día se desarrolló un levantamiento
simultáneo, muchos siguen centrando en Baire el inicio
de la Guerra Necesaria.
Historia
A principios
de 1895,
el ambiente en Cuba
era francamente insurreccional. El fracaso del Plan de Fernandina, al incautar las autoridades
estadounidenses las armas de la expedición que organizaba José Martí
para reiniciar la Guerra Necesaria, lejos de amilanar a los
independentistas, levantó el espíritu revolucionario.
Los jefes
comprometidos dentro de la Isla, ansiosos por retornar a la manigua, apremiaban
al Apóstol para que firmara la Orden de Alzamiento con el argumento de que el
Gobierno colonial español ya estaba sobre aviso y en cualquier momento podían
caer detenidos.
El 29 de enero,
Martí
convocó a Mayía Rodriguez, en quien Máximo Gómez había delegado su “autoridad y
poder expresos”, y a Enrique Collazo, que daba de la autoridad de
éste, para valorar las noticias e informes recibidos de Cuba. Los reunidos
coincidieron en la necesidad de impartir cuanto antes la Orden de Alzamiento,
la cual redactó el Héroe Nacional de Cuba y suscribieron los tres. En ella, se
autorizaba:
“el alzamiento simultáneo, o con la
mayor simultaneidad posible, de las regiones comprometidas (…) durante la
segunda quincena, no antes del mes de febrero”.
Se le envió
esta decisión “al ciudadano Juan Gualberto Gómez y en él a todos los
grupos de Occidente”,
con copias para Guillermón Moncada, residente de Santiago de
Cuba; Bartolomé Masó, radicado en Manzanillo;
Francisco Carrillo, localizado en Remedios,
y el camagüeyano Salvador Cisneros Betancourt. Los
documentos fueron llevados a La Habana por el patriota Juan de Dios Barrios.
En los
primeros días de febrero de 1895, en su condición de Delegado del Partido Revolucionario Cubano (PRC) en
Cuba, Juan Gualberto recibió la ya mencionada Orden de Alzamiento y “otras que
debía encaminar”, según su testimonio.
El joven
estudiante Tranquilino Latapier partió rumbo a Oriente
a encontrarse con Moncada, con la advertencia precisa de que sólo después de
obtener la conformidad del general santiaguero, podía trasladarse hacia
Manzanillo para ver a Masó. No tuvo problemas. Regresó a la capital con la
aceptación de los dos jefes orientales y una interesante propuesta de Quintín Bandera: la de fijar como fecha del
alzamiento el 24 de febrero, primer domingo de carnaval.
El médico
matancero Pedro Betancourt se dirigió a Las Villas
para entregarle las instrucciones de Martí a Francisco Carrillo, quien se negó a secundar el
levantamiento simultáneo ante la escasez de armas. Pero al informarle a Juan
Gualberto mediante telegrama, Betancourt escribió:
“Carrillo bien”
El Delegado
del PRC en Cuba interpretó como que el mambí villareño aceptaba la fecha de
alzamiento. Camagüey, entretanto, reiteraba que no se levantaría de
inmediato.
Ni en la
Orden de Alzamiento ni en documento posterior escrito por Martí o Juan
Gualberto se distingue a localidad alguna como el centro principal de la
sublevación. Siempre se habla de un levantamiento simultáneo.
Preparativos
Desde días
antes de la fecha fijada, los jefes mambises orientales habían abandonado sus
casas para no ser localizados por las autoridades colonialistas.
Guillermón Moncada, por ejemplo, montado en una
mula, burló la vigilancia española y se fue al poblado de Auras donde se
hospedó en casa de un patriota. En la mañana del 24 de febrero,
dejó su refugio y con un grupo de patriotas, acampó en la loma de La Lombriz, Alto Songo.
En su finca
Colmenar de Bayate, cerca de Manzanillo, al amanecer, Bartolomé Masó hizó la bandera de la estrella
solitaria y estableció allí un campamento mambí.
Ochenta
insurrectos se alzaron en Yara y entraron a punta de machete en el poblado donde
hicieron acopio de armas.
Cerca de Bayamo
se levantaron Joaquín Estrada Castillo,
en su finca El Mogote; Esteban Tamayo, en Vega de la Piña, con 80
compañeros; José Manuel Capote, en San Diego, con 40
hombres armados.
Periquito Pérez tenía instrucciones precisas de
Antonio Maceo
de controlar con su gente la costa sur de la jurisdicción de Guantánamo,
con vistas a las expediciones que debían desembarcar por allí. Clandestino
desde octubre
de 1894,
ante la persecución de las autoridades españolas, recibió órdenes de Guillermón
Moncada de poner en pie de guerra a la tierra del Guaso. El 24, a media mañana,
se pronunció en Matabajo. A esa hora, Emilio Giró
le secundaba en La Confianza con otro grupo de patriotas. A la tarde, el joven
Enrique Tudela y 12 valientes mal armados tomaron el fortín de Hatibonico
y se apoderaron de armas y municiones. Sería esa la primera victoria de las
fuerzas cubanas en la guerra recién comenzada.
Ya al
mediodía, Victoriano Garzón abandonó Santiago de
Cuba con un grupo de independentistas y montó campamento cerca de la
ciudad, en la finca San Esteban. Alfonso Goulet, también cumpliendo órdenes de
Guillermón, sublevó al poblado de El Cobre.
Quintín Bandera, al frente de un puñado de
patriotas, todos armados, acampó cerca de San Luis.
Silvestre Ferrer incendió
con sus hombres al poblado de Loma del Gato, tradicional
centro de operaciones del Ejército español, y en Palma Soriano
se le unieron cubanos de distintas generaciones.
Días antes
de la fecha fijada para el alzamiento, Saturnino
Lora había recibido el siguiente mensaje:
“De orden del general Moncada, que
se levante el día 24 por la tarde y espere órdenes”.
También
Guillermón le encomendaba avisar a Fernando Cutiño Zamora y los patriotas de Jiguaní.
Lora cumplió
cabalmente. Reunió en la tarde a sus compañeros en el Puente de la Herrería y
al frente de ellos marchó hacia la plaza de Baire, donde se
proclamó en rebeldía. Sacó su revólver y disparó sus seis tiros al aire.
Cutiño, José Reyes Arencibia y un reducido grupo entraron en Jiguaní ya casi al
anochecer.
Permanecieron
en esta localidad hasta cerca de las nueve de la noche y partieron a Baire.
Unidos ambos destacamentos, marcharon hacia La Salada, para ponerse bajo el
mando de Jesús Rabí (27 de febrero).
En Occidente,
se reunieron en las cercanías del poblado matancero de Ibarra un pequeño grupo
que incluía a Juan Gualberto Gómez y a Antonio López Coloma. Iba a encabezar este
alzamiento el general Julio Sanguily, cuya actitud controvertida hoy
levanta muchas suspicacias entre los historiadores e incluso algunos lo tildan
de traidor a la Patria. Inexplicablemente, este alto oficial mambí se dejó
detener en La Habana
por las autoridades españolas en la mañana del día 24.
Entretanto,
sin práctico ni jefe militar, los patriotas de Ibarra resultaron una fácil
presa para las tropas españolas. Muchos de ellos cayeron prisioneros. López
Coloma fue fusilado por los colonialistas.
Corrieron
igual suerte al de Ibarra los levantamientos de Jagüey Grande
y Aguada de Pasajeros. Acogidos al indulto
ofrecido por el Gobierno español, la mayor parte de sus complotados marcharon
al extranjero, pero después, por distintas vías, retornaron a la manigua para
incorporarse al Ejercito Libertador.
Según varias
fuentes, unas 35 localidades de distintas partes del país se levantaron en
armas contra el colonialismo español aquel 24 de febrero. Solo en la región
oriental, sobre todo en su parte sur, pudieron consolidarse los focos guerrilleros.
Por qué Baire
Acerca de
por qué Baire
comenzó a ser considerada centro principal del levantamiento, cuando en
realidad no lo fue, existen distintas teorías.
En primer
lugar, la propaganda mediática del colonialismo español sobredimensionó el
alzamiento en esa localidad para atribuirle falsamente un carácter autonomista,
con el avieso propósito de confundir a los cubanos. El historiador guantanamero
Regino Boti
aventuró, en cambio, una interesante hipótesis:
“Contribuye en ello la seducción fonética de la frase: El grito de
Baire. Puesto que parece que se trata solo de ponerle nombre a la Revolución,
fuera el que fuese, más que para rendir pleitesía a la verdad, para recreo de
nuestros oídos somnolientos (…) Las otras expresiones —grito de Ibarra, Guantánamo
o Manzanillo—,
serán ciertamente menos gratos sonidos aunque encierren mayor consistencia
histórica”.
En diversos
congresos nacionales de Historia, celebrados a lo largo del siglo XX
en Cuba,
Emilio Roig
de Leuchsenring combatió la errónea tendencia de centrar en Baire el inicio
de la Guerra del 95.
Otros dos
insignes especialistas, Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, también combatieron esa
simplificación histórica, lo que les atrajo la animadversión de ciertas mentes
estrechas, aquejadas de un regionalismo absurdo, que no han vacilado en apelar
a párrafos apócrifos como el que se halla en el Archivo Nacional (José Martí.
Fondo Donativo. Caja 632, número 50) y que el Centro de Estudios Martianos no
incluye en las Obras Completas del Apóstol por existir grandes dudas sobre su autenticidad.
Algunos de
los grandes historiadores cubanos, como Regino Boti, Sergio
Aguirre y Jorge Ibarra Cuesta han propuesto denominar
como Grito de Oriente a los hechos que iniciaron la Guerra del 95.
Otra
destacada historiadora, Hortensia Pichardo, profundizaría en el concepto:
“Hacer del heroico Baire el centro
aislado o principal del levantamiento, sería desconocer que el 24 de febrero
de 1895,
como resultado de una sabia orientación táctica de Martí, lo que tuvo lugar fue
—aunque no en la escala prevista y necesitada del proyecto martiano—, un
levantamiento simultáneo con el cual el Delegado del Partido Revolucionario
Cubano aspiraba a que la llama bélica prendiera en toda la Isla, para permitir
que la Guerra Necesaria tuviera —como él solía decir—, la brevedad y la
eficacia del rayo”.
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