La jornada del 12 de junio del 2012, marcó
significativamente al deporte y la familia del boxeo cubano. Era sepultado en
la Necrópolis de Colón, en la Ciudad de la Habana, el destacado pugilista
Teófilo Stevenson, tricampeón olímpico y mundial, quien muchas glorias les dio
a los cubanos de diferentes generaciones. Llegue con este modesto trabajo de un
colega tunero un póstumo homenaje a Teo, Pirolo, Stevenson, campeón… como muchos
los identificamos en cada momento. Descanse en paz TEO.
Pirolo, el muchachón de Delicias
Por
Roger Aguilera
El
día que recibí una llamada telefónica para comunicarme que Teófilo Stevenson Lawrence
le iba a decir adiós al boxeo, como periodista sentí el privilegio de tener una
exclusiva que iba a recorrer al mundo.
Cuando
la noticia comenzó a circular por los teletipos, los medios nacionales y las
agencias internacionales anunciaban ipso facto que ya se retiraba el tricampeón
olímpico y mundial. Pero lo que fue alegría para mi, fue tristeza para Teófilo.
Un
día me confesó con nostalgia que se había adelantado a esa decisión, pero que
ya había dado ese paso. Luego me contó:
“Antes
de ir a Reno muchos crían que yo estaba acabado, porque había perdido en el
Cardin de ese año. Pero me dieron la oportunidad de prepararme en un centro de
entrenamiento de la Isla de la Juventud, y va viste lo que pasó. ”
Más
allá de sus victorias, demoledora pegada, técnica depurada, limpieza en el
combate y estilo elegante, Teófilo fue un caballero sobre el cuadrilátero, un
amigo, un gran hijo, buen hermano y gran padre.
Nunca
se le vio intentar demoler con andanadas de golpes a los oponentes noveles, los
sobrellevaba. Un día le pregunté, cuál es tu mejor arma, y me contestó: “el jab
de izquierda., porque cuando lo utilizo el contrario se va acostumbrando a la
mano izquierda y entonces lo sorprendo con la derecha. Doy un solo golpe y ya”.
Sobre
Duane Bobby (la Esperanza Blanca) que Teófilo venció en la Olimpíada de
Munich-72, el tricampeón me dijo: si tú supieras, es una de las personas más
humanas que he conocido. A cada rato me comunico con él. Es mi amigo.
Tras
coronarse campeón en eventos mundiales el hobby de Teófilo era regresar a su
terruño, en la comunidad de Delicias, municipio de Puerto Padre, provincia de
Las Tunas.
En
una de esas ocasiones fue tocando puertas en las casas de sus amigos hasta
terminar en un comedor obrero donde trabajaba la vieja Lina, la esposa de John
Herrera, su primer entrenador de boxeo. Allí la besó, la abrazó y departió unos
minutos.
Era
motivo de orgullo y emoción para su padre ver al hijo pelear, pero su madre
Dolores siempre se opuso, incluso en las primeras incursiones, en la ciudad de
Las Tunas, el jovencito Teófilo lo hizo a escondidas.
Cuando
regresó del Campeonato Mundial de Reno, Nevada, Estados Unidos, en 1986, fue a
ver a Dolores, que se encontraba hospitalizada en Puerto Padre. Al verlo le
dijo: Pirolo, ni un guantazo más. Teófilo se inclinó, la besó y le susurró un
secreto en un oído.
Dos
años después, en 1988, Teófilo se retiraba oficialmente. Reno fue su último
escenario pugilístico.
Y
en Delicias, en la segunda planta de la casa de él y su familia, sostenía a su
pequeña hija Heles con el brazo derecho y con la mano izquierda me enseñó un
par de guantes, aun con las huellas de los golpes que se impactaron en el
rostro del norteamericano Alex García, en el Campeonato Mundial de Reno.
“No
hubiera querido llegar a esto, pero tenía que traer el Oro para Cuba”, precisó.
Sus
últimas imágenes que recuerdo fueron durante los días finales de la Serie
Nacional de Béisbol, en la cueva de los Leñadores de Las Tunas y retozando en
las gradas con varios aficionados, con los puños cerrados, en alarde de buen
boxeo; y una amplia sonrisa que me recordaba a Pirolo, el muchachón de
Delicias.
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