*Sexagésimo aniversario de una hazaña
Por: Carlos
Manuel Marchante Castellanos. Profesor de la Universidad de la Habana y
especialista de la Fragua Martiana.
Sin embargo,
sesenta años después, la verdadera historia de cómo surgió la idea, quiénes
participaron y cómo se realizó aquella proeza, resulta desconocida para la
inmensa mayoría de nuestro pueblo.
“… A la
salida de una de las clases del Seminario Martiano, y en medio de esas charlas,
que siempre son de grato solaz e íntima satis-facción para todo buen maestro,
cuando ve cómo prende en sus alumnos el mensaje de su lección y, sobre todo,
cuando de verdadero martianismo se trata, la conversación giró sobre el Centenario
del natalicio del Apóstol de nuestras libertades. En la animada discusión
inspirada en la más sincera veneración por el más grande y generoso de los
cubanos, surge de pronto la palabra vivaz de una alumna del Curso de
Introducción, pedagoga y tipo acabado de la cubana moderna, Emérita M. Segredo
Carreño, que propone se emplace en el Pico Turquino, un busto de Martí. Con
argumentos bien fundados y voz transida de emoción femenina declara cuántas
veces ha pensado lo hermoso que sería y la alta significación simbólica que
tendría que la efigie del máximo prócer de nuestra patria estuviera en la
cumbre más alta de esta tierra por él tan amada y por la que ofrendó su excelsa
vida, precisamente allá en el indómito Oriente”.2
Aquella
iniciativa de Emérita, presentada por el doctor Quesada el 9 de abril de 1952,
a la Junta Directiva de la Asociación de Antiguos Alumnos del Seminario
Martiano, con sede en la Fragua Martiana, daba lugar a un trascendental
compromiso: Acuerdo No. 12: “Se aprueba en principio colocar un busto de Martí
en el Pico Turquino, encargando al socio colaborador Roberto Pérez de Acevedo e
Izquierdo, presidente del Instituto Cubano de Arqueología, para que rinda a la
Comisión un informe técnico sobre el proyecto”.
Cuatro meses
después, quedaba aprobado el dictamen técnico y la propuesta de Acevedo para
que el doctor Manuel Sánchez Silveira, destacado médico de Media Luna,
fervoroso patriota, martiano y delegado del Instituto Cubano de Arqueología en
la antigua provincia de Oriente, asumiera la dirección técnica. El viernes 19
de diciembre de ese mismo año, Quesada, Pérez de Acevedo y Manuel Sánchez
Silveira, comenzaban a trazar la estrategia para coronar con el éxito la
histórica misión. A la iniciativa martiana se adicionaba, desde aquella noche,
un elemento imprescindible para materializar el anhelado sueño: el médico de
Media Luna.
A ellos se
había sumado Jilma Madera Valiente, quien no solo se ofrecería para modelar el
busto, sino para costear su fundición, elaborar un medallón del centenario para
ayudar a recaudar fondos y solventar la adquisición de los uniformes que
llevarían los expedicionarios seleccionados para su develamiento; varios
miembros de la Asociación, y un grupo de anónimos trabajadores de Ocujal,
encabezados por el manzanillero maestro de obras, Armando Torres Ortiz, quienes
serían los encargados de remontar los materiales hacia la cumbre, construir el
pedestal y subir y colocar el busto.
Muchos
fueron los escollos a vencer para lograr el noble propósito. Baste señalar
entre ellos: la necesidad de solicitar permiso al marqués español, Álvaro Cano,
quien había adquirido la propiedad del Turquino, para que les permitiera a
patriotas cubanos colocar en su cima el busto del Maestro; la total
indiferencia del régimen batistiano que a pesar de haber recaudado desde el mes
de enero de 1953, mediante el Decreto Ley 421/51 “Homenaje del pueblo de Cuba a
José Martí”, una millonaria contribución de la ciudadanía para estos festejos,
jamás de-sembolsó un solo centavo para este proyecto, y finalmente, la de poner
al descubierto y enfrentar en plena serranía, la presencia solapada de agentes
del Servicio de Inteligencia Militar del Ejército, infiltrados entre los
expedicionarios martianos, por sospechar que aquellos patriotas llevaban
propósitos subversivos.
Finalmente,
el 19 de mayo de 1953, con una guardia de honor ante los restos del Apóstol en
el monumento de Santa Ifigenia, se iniciaba la ruta expedicionaria y la
escalada, que culminarían dos días después, con un acto solemne, en la cima del
Turquino, donde quedaba develado el busto. Días antes se había integrado al
grupo, una joven que dejaría en los exploradores una imborrable huella: Celia Sánchez
Manduley, una de las hijas del doctor Silveira, quien más tarde se convertiría
en la legendaria heroína de la Sierra.
Hoy, en el
sexagésimo aniversario de aquella hazaña, ascender la agreste montaña se ha
convertido en una prueba de patriotismo, espíritu de sacrificio, y de
resistencia de las nuevas generaciones de cubanos que de cara al sol y en lo
alto del Turquino, escalan a lo más alto de Cuba, para ratificar ante su imagen
inmortal, su juramento de fidelidad a la Patria, a la Revolución y a la causa
del Socialismo.
(Tomado de Granma)