LUIS SÁNCHEZ DEL TORO
El pueblo santiaguero, en
representación de los cubanos rinden hoy –viernes 11 de septiembre- homenaje al
Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, en ocasión d cumplirse
seis años de su desaparición física. El lugar escogido es el municipio
montañoso de Tercer Frente, donde fundara en 1958 el Tercer Frente Oriental Mario Muñoz,
durante la guerra contra la tiranía de Fulgencio Batista.
En el poblado de Cruce de los Baños,
cabecera de ese municipio serrano, tiene lugar la concentración de lugareños y
el depósito de flores frescas que patentizan el tributo al legendario
combatiente, cuyos restos descansan junto a compañeros de ese mando rebelde en
el monumento erigido allí en la
Loma de La
Esperanza.
Seis años después de su deceso, el legado de
Almeida está presente entre los pobladores de la provincia de Santiago de Cuba,
donde se granjeó el cariño y la admiración de sus hombres y mujeres, que
acudieron masivamente a sus honras fúnebres en una sentida y espontánea
demostración de duelo.
Desde hace poco más de un año, una escultura
metálica en la fachada del teatro Heredia, con el rostro del comandante creado
por el escultor Enrique Ávila, devuelve a los transeúntes su imagen con la
frase Aquí no se rinde nadie, convertida en símbolo de consecuente resistencia.
Uno de los hitos que une a Almeida con la
ciudad fue el asalto al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953, en el cual fue
uno de los protagonistas bajo el liderazgo de Fidel Castro y con la
participación de decenas de jóvenes revolucionarios.
UNA BREVE RESEÑA A SU EJEMPLAR VIDA
REVOLUCIONARIA
Nació en La Habana,
el 17 de febrero
de 1927.
Hijo de una familia humilde, solo había alcanzado el octavo grado y su mayor
experiencia de trabajo la tenía en el ramo de la construcción. Como
conocimientos poseía los de la escuela, hasta octavo grado, y algunos cursos de
academias, que por su precaria economía no pudo concluir; sin embargo, siempre
le gustó leer y se interesaba vivamente por el acontecer político del país. Fue
cuando comenzó a trabajar en el Balneario Universitario que, por el trato
diario con estudiantes, pudo tener un mayor contacto con las actividades
culturales. Quien lo vincula a la Generación del Centenario fue su
amigo, Armando Mestre, albañil también y vecino como
él del capitalino reparto Poey.
Almeida había conocido a Fidel Castro en el
balneario de la
Universidad de La
Habana, cuando Fidel estudiaba. Por aquellos días Almeida
trabajaba en el balneario como taquillero, mozo de limpieza y albañil; hacía
cualquier trabajo por duro que fuera, el caso era tener para ayudar a su
numerosa familia —once hermanos, la madre trabajaba en quehaceres de su casa
atendiendo a los hijos y el padre como periodista honrado devengaba un sueldo
modesto que no alcanzaba para el sostén del hogar—, antes de trabajar en el
balneario había sido peón de Obras Públicas en construcción y reparación de
calles.
Desde los primeros momentos de conocer a
Fidel entabló una franca amistad con él y pronto este le comunicó sus
inquietudes revolucionarias, las cuales coincidieron con una íntima convicción
que poseía Almeida, quien fue estimulado por las frecuentes charlas con Fidel
Castro.
En la célula clandestina que integraba
Almeida había otros jóvenes obreros de la construcción: los hermanos Wilfredo
y Horacio
Matheu, quienes eran masilleros, al igual que Remberto Abad Alemán Rodríguez.
Asalto al Moncada
En vísperas del Asalto al Moncada, Mestre se le apareció a
Almeida a una obra en construcción donde trabajaba en el Nuevo Vedado.
“Tenemos
que salir para Oriente a una práctica de tiro”, solo le dijo. “¿Tan lejos para
una práctica de tiros? ¿Vamos a tirar con calibre 50 o con cañón para ir tan
lejos?”, bromeó Almeida. “Vamos, date prisa”, replicó muy serio el amigo.
Llegaron a Santiago el 25 de julio. Un auto
con más pasajeros que lo estipulado los condujo esa noche a la Granjita
Siboney. Antes de partir al combate, repartieron los uniformes.
Yo quiero uno de sargento”, dijo bromeando
Almeida a Melba Hernández. Sargento, no, porque no tienes el tipo, no eres
alto, ni fuerte, ni gordo, ni barrigón”, le respondió ella en el mismo tono.
Años
después rememoraría Almeida: “A la hora de repartir las armas, pedí un M-1, un
Springfield o una pistola. Me dijeron: ‘No, nada de eso hay aquí. A ti lo que
te toca es un fusil calibre 22".
En el juicio a los moncadistas, ante el
fiscal que le interrogaba, contestó: “Yo declaro bajo juramento que sí participé
en el asalto al cuartel Moncada y que nadie me indujo, a no ser mis propias
ideas que coinciden con las del compañero Fidel Castro y que en el caso mío
provienen de la lectura de las obras de Martí y de la historia de nuestros
mambises”. Cuando le preguntaron si se arrepentía de su participación en los
hechos, replicó: “No, señor, si tuviera que volver a hacerlo, lo haría, que no
le quepa la menor duda a este tribunal”. Es condenado a diez años de prisión a
consecuencia de este hecho.
El 12 de octubre,
el Ministro de Gobernación, Ramón Heredia, dispuso que el grupo de
revolucionarios condenados por los sucesos del Moncada, dentro del cual se encontraba,
fuera trasladado al Reclusorio Nacional de la Isla de Pinos. Según
las disposiciones del Tribunal deberían permanecer en locales especiales,
separados de los presos comunes. En aviones DC - 3,
del ejército, bajo fuerte custodia militar fueron trasladados desde la provincia
de Oriente
hasta la Isla de Pinos.
Fue ubicado, junto al resto de sus
compañeros, en una de las salas del hospital del presidio, separados de los
presos comunes por una pared de ladrillos que fue levantada para ese fin. Poco
después se le permitió recibir una visita al mes y alguna correspondencia, que
siempre era severamente revisada y censurada.
Como
el resto de sus compañeros se negó a aceptar la cena especial del 24 de
diciembre de 1953 en protesta por los asesinatos cometidos por el ejército
y la guardia rural durante los sucesos del Moncada[4].
El 12 de febrero
de 1954,
cuando el dictador Fulgencio Batista visitaba el Penal para
inaugurar la planta eléctrica de la prisión, junto a sus 25 compañeros[5]
entonó a toda voz la Marcha
del 26 de Julio. Batista prestó atención a la letra y visiblemente disgustado
sólo preguntó quiénes cantaban, luego abandonó rápidamente el reclusorio. Por
esta acción serían castigados severamente, Fidel Castro,
Ramiro Valdés, Ernesto Tizol,
Israel Tápanes y Agustín Díaz Cartaya. A él, y al resto de
sus compañeros les retiraron el aparato de radio que tenía el pabellón y les
suspendieron la entrega de periódicos además de prohibirles comunicarse con el
exterior.
Desde 1954 y con mayor fuerza a
partir de 1955 comenzó un amplio movimiento nacional, que abarcó a casi todas
las tendencias políticas y clases del país, en pro de una amnistía general que
incluyese a los moncadista. El 10 de marzo
de 1955,
en medio de los festejos oficiales por el tercer aniversario del golpe de
estado, se presentaron en ambas cámaras del Congreso Cubano sendos proyectos de
amnistía general. El 6 de mayo, luego de ser aprobada por ambas
cámaras del Congreso Cubano, Fulgencio Batista firmó la Ley de amnistía que ponía en
libertad a todos los presos políticos[6],
incluidos los asaltantes de los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes
que cumplían su condena en el presidio de la Isla de Pinos. Gracias a la amnistía el 15 de mayo
de 1955 salió en libertad junto a sus compañeros de presidio político.
Bajo la presión del pueblo, Batista se vio
obligado a conceder la amnistía a los moncadistas. Pero no por ello cejó en su
persecución y a los pocos meses de la salida del presidio (15 de mayo
de 1955),
Raúl primero y luego Fidel tuvieron que marchar a México.
A los combatientes que permanecieron en Cuba la Dirección del Movimiento 26 de Julio les dio la
indicación de que cuando el acoso del régimen dificultara su movilidad y les
hiciera casi imposible desarrollar sus actividades como militantes, partieran
también hacia el exilio.
Sobre Almeida el aparato represivo de la
tiranía desarrolló una vigilancia tenaz. Un policía de paisano, frente a la
puerta de su casa, intentaba controlar sus salidas y lo seguía a todas partes.
El joven albañil lo eludió varias veces cuando salía por el patio trasero y se
internaba en un terreno sin edificar al fondo de su vivienda. La policía tomó
represalia y el 30 de diciembre, a media tarde, irrumpió en su hogar. Un
esbirro lo encañona: “Párate ahí mismo donde estás, no te muevas”. No dejaron
rincón por registrar. “¿Hasta cuándo durará esto con el muchacho?”, protesta la
madre.
Lo llevaron al tenebroso Servicio de Inteligencia Militar
(SIM). Lo retrataron de frente y de perfil, le asignaron el número 2204 de los
fichados por actividades subversivas. Sufrió un inútil y largo interrogatorio.
Respondió con monosílabos y frases cortas
Lo
retuvieron unas 24 horas. Haydée Santamaría comenzó a hacerle los
trámites para el pasaporte y mediante Antonio Darío López consiguió un pasaje
en barco para Veracruz, México. Partió para el hermano país el 9 de febrero de
1956.
Tras su llegada a México, participó en los
entrenamientos de preparación organizados en la hacienda San Miguel, ubicada en
la zona de Chalco, a 40
kilómetros al suroeste de la capital mexicana. El
entrenamiento era duro. Almeida emprendió caminatas de cinco o seis kilómetros
diarios que luego se extendieron a ocho y nueve kilómetros. Cruce de farallones
con sogas, salto, dormir a la intemperie, andar de noche sin luna agarrados uno
de otro por una soga.
De nuevo en la capital mexicana, Antonio
Darío presentó un cuadro de fiebre. Fidel le orientó a Almeida que llevara al
enfermo a casa de María Antonia. Mientras la mujer comienza a atender al
afiebrado, envía a su compañero al mercado en busca de unos pollos para hacer
un caldo. Al regresar, dos policías se le abalanzaron pistola en mano: “Quieto,
moreno, las manos en alto”. Se identificaron: “Policía Federal, estás detenido.
¿Eres cubano?”
“Sí.” El joven albañil se presentó como
joven estudiante, residente en Veracruz. “Vamos, vamos, te conocemos, eres
compañero de Alejandro” (seudónimo de Fidel).
Lo
llevan detenido junto con la dueña de la casa. Darío iría a un hospital en
ambulancia. En la
Policía Federal ya se encontraban Fidel y cuatro combatientes
más. “¿Los conoces?” Almeida niega tal cosa. Lo sometieron luego a un
prolongado interrogatorio. Como es usual en él, les respondió con monosílabos y
breves frases.
Todos los cubanos fueron trasladados
después a la cárcel de Miguel Schulz 136. La solidaridad mexicana no se hizo
esperar y diversas organizaciones estudiantiles y profesionales reclamaron su
libertad. El general Lázaro Cárdenas intercedió ante el presidente
de la república y los revolucionarios lograron salir de la prisión.
El 25 de noviembre de ese mismo año, muchos
de ellos partieron en el yate Granma a reiniciar la lucha. Entre ellos
estaba Juan Almeida.
Tras el penoso desembarco en Los Cayuelos, Almeida, al
igual que sus compañeros fue sorprendido por las fuerzas del ejército mientras
descansaba al borde de un cañaveral en la zona conocida como Alegría de Pío. En el combate rescató a Ernesto
Guevara, médico de la expedición, quien se encontraba herido en el
cuello. Al escuchar los gritos que intimaban a la rendición gritó:
“¡Aquí
no se rinde nadie, C...!
Frase que llegaría a convertirse en uno de
los símbolos de la Revolución Cubana. Posteriormente se retiró al
frente de un pequeño grupo, del que formaban parte, además de Che Guevara, Ramiro Valdés Menéndez, Rafael Chao Santana y Reinaldo Benítez Nápoles. Durante la
marcha hacia la Sierra Maestra se les incorporaron Camilo Cienfuegos, Francisco González y Pablo Hurtado que también
habían quedado dispersos.
Logró reagruparse con Fidel Castro
en Cinco Palmas y formó parte
del núcleo inicial del Ejército Rebelde.
El 17 de enero
de 1957
mandó una escuadra durante en el ataque al cuartel de La Plata, primera acción
victoriosa de los rebeldes en la Sierra
Maestra. Luego participaría en la exitosa emboscada rebelde a las
tropas de Ángel Sánchez Mosquera en Arroyo del Infierno y
estaría presente también en la sorpresa de Altos de Espinosa. Pocos días después
dirigió la patrulla que, por orden de Fidel, hizo prisionero al traidor Eutimio Guerra, quien
había delatado la posición de los guerrilleros.
A mediados de marzo de 1957 el pequeño
grupo guerrillero recibió el primer gran refuerzo en
hombres y armas enviado desde el llano por el jefe de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio, Frank País García. Conformaban el mismo unos
cincuenta hombres bajo el mando del capitán Jorge Sotús.
Con esta tropa se reestructuró la columna rebelde y se formaron tres pelotones,
uno de los cuales quedó al mando del Almeida, con grado de capitán.
Durante el ataque al cuartel de El Uvero el
28 de mayo, Almeida recibió la orden de avanzar desde el norte con sus hombres
y liquidar una de las postas que defendían esa posición. Los soldados
ofrecieron gran resistencia y Almeida fue herido en el hombro y la pierna
izquierda mientras trataba de cumplir su misión. Una parte importante de los
hombres de su pelotón fueron muertos o heridos por los disparos de las postas y
el cuartel antes de que este finalmente se rindiera.
Fragmento de la orden de ascenso de
Juan Almeida
El 27 de febrero
de 1958,
Fidel informaba que “ha sido ascendido al grado de Comandante el capitán Juan
Almeida Bosque y se le nombra jefe de la columna 3 que operará en el territorio de la Sierra Maestra al
este del poblado de María Tomasa, debiendo extender el campo de operaciones lo
más lejos posible hacia esa dirección”.
El primero de marzo, después de reunirse
con Fidel en el campamento del Che, ubicado en el hoy municipio serrano de Buey Arriba,
de la provincia Granma,
las columnas de Raúl y Almeida emprendieron la marcha hacia sus futuras zonas
de operaciones.
En Puerto Arturo, ambas fuerzas se
separaron. A partir del 5 de marzo la columna 3 iniciaba la primera etapa de lo
que después se conocería como el Tercer Frente Mario Muñoz Monroy,
en la actual provincia de Santiago de Cuba.
Las primeras tareas que emprende Almeida
como jefe de columna fueron la organización de los grupos de escopeteros que ya
existían en esa zona y la preparación de acciones con vistas a apoyar la Huelga General
Revolucionaria que la dirección del Movimiento 26 de Julio estaba preparando en
el llano.
Cumpliendo orientaciones de Fidel, los
hombres de la columna 3 comenzaron a hostigar movimientos del enemigo por las
carreteras y a acometer sabotajes. Entre el 10 y el 11 de abril, efectuaron
ataques al entronque de Mergarejo y al poblado de El Cobre. En esta última
localidad, volaron el polvorín.
El revés de la Huelga del 9 de abril provocó
que Fidel ordenara el regreso secreto y paulatino de las columnas de Camilo,
Almeida, Ramirito y Crescencio Pérez, ya que la tiranía batistiana
se proponía desarrollar la famosa Ofensiva de Verano o plan FF (Fin de Fidel)
contra el bastión guerrillero de la Sierra Maestra. Almeida acudió con el grueso de
su tropa al llamado de Fidel, aunque cuando se marchó con ellas a encontrarse
con la columna Uno el 18 de mayo de 1958, “el Tercer Frente no dejó de existir
ni de luchar. Aquí quedó un valeroso grupo de oficiales y combatientes que,
mal armados y sometidos a las continuas acciones de las tropas y la aviación
enemigas, supieron comportarse ejemplarmente y mantuvieron en alto las
insignias de este baluarte revolucionario”.
Derrotada la ofensiva batistiana, el 16 de agosto
de 1958
Juan Almeida estableció su campamento en La Lata. El Tercer Frente, con más efectivos y tres
columnas, tenía ahora como misión estrechar el cerco a Santiago de Cuba.
Una de sus primeras responsabilidades tras el
triunfo revolucionario fue la jefatura de la Fuerza Aérea Rebelde
Fuerzas
del Tercer Frente en coordinación con unidades del Primer y Segundo frentes
participaron durante los últimos días de la tiranía en varios combates
decisivos, como los de San José del Retiro, Maffo, Baire Abajo, Central Palma y Palma Soriano.
Paralelamente columnas de ese frente culminaban el cerco a Santiago de Cuba.
El 1ro. de Enero de 1959, amaneció con una
agradable noticia que propagaba la radio: “Se fue el tirano”.
Los rebeldes se emocionaron y sin reflexionar
que el ejército batistiano acampado en Santiago y en Bayamo
aún no se le había rendido a Fidel, comenzaron a disparar al aire y originaron
una balacera que parecía no terminar nunca. Fidel muy molesto, envió a Almeida
a detener al culpable. Le trajeron detenido a un combatiente a quien acusaban
de iniciar esta indisciplina.
Almeida intercedió por el combatiente. Celia Sánchez
y el capitán Felipe Guerra Matos
apoyaron las palabras de Almeida. Ante esos razonamientos, Fidel le condonó la
pena: “Que lo pelen al rape y le afeiten la barba”. El combatiente, según
Almeida “con respeto pero con firmeza”, protestó: “Prefiero, Comandante, que me
fusilen, porque este pelo y estas barbas son lo más digno que traigo desde la Sierra”. Fidel, conmovido,
le ordenó marcharse.
Revolución en el poder
Desde mediados de junio de 1959 se
convirtió en jefe de la
Fuerza Aérea Revolucionaria al sustituir de forma interina al
traidor Pedro Luis Díaz Lanz. El 29 de marzo
de 1962,
participó como vocal del Tribunal Revolucionario presidido por el comandante Augusto Martínez Sánchez que se encargó de
enjuiciar en juicio sumarísimo a los participantes de la invasión mercenaria
por Playa Girón de abril de 1961. Este tribunal lo integraban además los comandantes Guillermo García Frías, Sergio del
Valle y Manuel Piñeiro.
Asumió importantes responsabilidades en las ORI [14],
el Gobierno y en el Partido Comunista de Cuba (PCC), entre
ellas, la jefatura del Estado Mayor del Ejército Rebelde al desaparecer físicamente
el comandante Camilo Cienfuegos y del Ejército Central, del cual fue fundador,
viceministro y ministro p.s.r. de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR),
integrante del Comité Central y del Buró Político del PCC
desde 1965 hasta su muerte, delegado de este órgano en Oriente, presidente de la Comisión de Revisión y
Control del Comité Central, vicepresidente del Consejo de Estado hasta el momento de su
desaparición física y, desde 1993, presidía la Asociación de
Combatientes de la Revolución Cubana (ACRC).
Trayectoria artística
Su legado va más allá de la lucha
revolucionaria pues incursionó en el arte como escritor y como compositor
musical.
Como
hombre de cultura, Almeida fue autor de una docena de libros y obtuvo el premio
Casa de las Américas en 1985 por Contra el
agua y el viento, texto que narra los hechos acontecidos tras el paso del ciclón Flora
por la Isla en
octubre de 1963.
Una obra conmovedora que devela magistralmente el trayecto desde La Habana de una cuadrilla de
helicópteros al frente de la cual viajaba, siendo entonces Jefe de la Fuerza Aérea cubana.
Estos hechos se imbrican con sus recuerdos sobre varios momentos duros para
Cuba como los sabotajes realizados en distintos puntos del país por la
contrarrevolución armada, el ataque a Playa Girón y la Crisis de Octubre en 1962.
En su desempeño como intelectual, se
incluye además, La única ciudadana, volumen publicado ese mismo año (1985), en
el cual, el Comandante de la
Revolución evoca los días de la Sierra
Maestra, la formación del guerrillero, las primeras escaramuzas, los
contactos con el campesinado, el paisaje, la flora y, como protagonista, la
única ciudadana que enseña a curar con su medicina verde y reclama el amor a la
tierra.
Poco después se editan sucesivamente en
1986, 1987 y 1988 la trilogía Presidio, Exilio y Desembarco, y en ella Almeida
devela anécdotas de los primeros tiempos de la Revolución, y resalta
la figura de Fidel en su dimensión humana y política. Sierra Maestra y Por las
faldas del Turquino, ambas publicadas en 1989, vuelven sobre la importancia
decisiva de aquella etapa para toda la historia posterior en Cuba.
Otras publicaciones cubanas, como la
revista Bohemia, sacaron a la luz en diversas ocasiones sus poemas. Pero además
de los textos, Almeida fue el autor de más de 300 canciones entre las que se
destacan particularmente “La Lupe”,
“Este camino largo”, “Mejor concluir”, “Vuelve pronto” y “Mejor diciembre”. Esa
vocación por la música, anterior incluso a su incursión en las letras, llevó a
Almeida a firmar varios discos, entre los que pueden citarse Elegía, donde
están contemplados números musicales consagrados a la Patria y sus mártires, José
Martí, Antonio Maceo e Ignacio Agramante; Evocación, dedicado a las Fuerzas
Armadas Revolucionarias, y Victoria de la Patria. Asimismo
sus temas “Dame un traguito” y “Déjala que baile sola”, entre otros, lo acreditan
como un importante compositor de música popular cubana.
Condecoraciones recibidas
Título
Honorífico de Héroe de la República de Cuba.
Orden Máximo Gómez de
primer grado (otorgada el 27 de febrero de 1998, en ocasión del
aniversario 40 de su ascenso a Comandante en la Sierra Maestra).
Obras publicadas
Presidio
Exilio
Desembarco
La Sierra
Por
las faldas del Turquino
Contra
el agua y el viento, Premio Casa de las Américas (1985)
La
única ciudadana
El
General en Jefe Máximo Gómez
¡Atención!
¡Recuento!. Editorial Nuevo Milenio, 2009.
La
Sierra Maestra y más
allá
Algo
nuevo en el desierto
La
aurora de los héroes