viernes, 2 de diciembre de 2011

¿Qué pensaba Maceo del negro?, ¿qué, del blanco? 115 aniversario de la caída del general Maceo


Un asomo al apostolado racial
de Antonio Maceo Grajales

Por Joel Moulot Mercaderes *

Antonio Maceo Grajales ha sido el más grande defensor que ha tenido la raza negra en Cuba y, a la vez, uno de los más tesoneros propulsores de la unidad racial –sin menoscabo alguno- de todos los cubanos...
Fue él, sin duda, quien más abogó y quien con mayor denuedo laboró, no sólo para romper las ataduras del esclavo en Cuba, sino para elevar al llamado hombre de color –tanto a los sometidos a la servidumbre como a los nacidos libres- a la alta categoría de humano pleno y ciudadano gozoso de todos sus derechos, y que ahí sirven para ilustrarlo su currículo guerrero y su valiosa  correspondencia, reflejo de sus múltiples gestiones en tal sentido.
En medio de un ambiente saturado de convicciones racistas, que sentenciaban al llamado hombre de color a ser “inferior al blanco, por naturaleza”, “hecho por Dios para servir al blanco”, y al que achacaban holgazanería, perversión y agresividad consustanciales; en medio, en fin, de prejuicios raciales tales, que incluso muchos de nuestros más ilustres separatistas llevaron a la manigua mambisa, y a los que se hicieron sólitos gran parte de los negros, Maceo fue quien más sustento dio, entre los llamados “hombres de color”, al sano orgullo de ser negro, quien más propendió a la elevación de la autoestima de los de su raza, con argumentos tan altivos como el que expuso al propio presidente insurrecto cubano, el 16 de mayo de 1876:
“Y como el exponente precisamente pertenece a la clase [raza] de color, sin que por ello se considere valer menos que los otros hombres […]”; o, cuando -rechazando un decreto del gobierno español, en 1879- exclamaba: “Tal resolución ataca claramente a la dignidad de la raza de color, a la cual tengo el honor de pertenecer […]”, o, como cuando, once años más tarde, en Santiago de Cuba, le preguntaron: “¿No se ofende Ud., General, cuando sabe que alguien dice: ‘Ahí viene el negro Maceo’ ? ”, y él, sereno, profundo, sin ufanía, respondió: “El día en que los negros –porque en realidad no tienen otro color- no se pongan bravos porque le digan negros, ese día, amigo mío, quedará salvada la raza”.
Era orgullo racial basado, por ejemplo, en la entonces historia reciente de Cuba, en la Guerra de los Diez Años, en la cual el negro cubano descolló: “En nuestros primeros tiempos [de] revolución…-recordaba al respecto- hubo para mí ascenso a oficial del Ejército, la necesidad del momento, necesidad que cada día se hacía más imperiosa, porque los males se acrecentaron y los hombres que dirigían la guerra reconocieron su incapacidad militar, dejando por tanto comprender que sus ideas de ostracismo [racial] había dejado de imperar […]”; historia en la que no sólo consiguió Maceo muchas de las principales victorias bélicas del mambisado y el más alto grado militar del ejército revolucionario, sino, además, el más grande reconocimiento de las personalidades cubanas del separatismo y del autonomismo, dentro y fuera de Cuba, y hasta de sobresalientes figuras del bando español, como fue el caso, entre otros, el del mismísimo general Arsenio Martínez Campos, quien tuvo muy alta consideración hacia el líder separatista mulato, y hasta llegó a confesar a Lacret Morlot la grande inspiración que Maceo le causaba.
Orgullo asentado tanto en lo que él personalmente había logrado, y, también, en lo que conquistaron otros hombres de su raza en esa revolución; o sea: Manuel Titá Calvar, Guillermo Moncada, Paquito Borrero, José Medina Prudente, José Maceo Grajales y hermanos, Cecilio González, Pepillo Perera, los hermanos Cebreco, Quintín Banderas, Victoriano Garzón y tantos otros,  cuya mención haría una lista interminable.
Orgullo basado, asimismo, en lo que la experiencia internacional –y Maceo la conocía en buena medida- había demostrado, en cuanto a lo que había conquistado el negro en muchas latitudes, lo mismo en el campo militar, que en civilidad, en las artes y en la ciencia, siempre que tuvo condiciones u oportunidades para ello.
Pero –cabe aclararlo- un blasón alejado, absolutamente, de toda idea fatua de predominio negro, y evidentemente derivado de su concepto de republicanismo, que en Maceo equivalía a única forma de poder político capaz de asumir y practicar de modo cabal el lema que él consideró siempre como justicia suprema: “Libertad, Igualdad y Fraternidad”.
He ahí la primera clave del pensamiento racial de Antonio Maceo Grajales, y de su consecuente modo de afrontar la cuestión racial de Cuba: derrotar el estereotipo de inferioridad del negro, tanto en los blancos como en los propios representantes de la raza.
La segunda, que mucho resalta en su vida, es la defensa de los de su raza frente a la propaganda y medidas que persisten en considerarlos ya “subhumanos”, ya inhabilitados para ejercer todos sus derechos plenamente, sin sobreestimarlo, tampoco, ni enfrentarlos a los representantes de otras razas.
Así nos muestra la segunda esencia de sus convicciones raciales: la igualdad en derechos y en potencialidades, a pesar de las desigualdades en condiciones y facilidades.
Ya, el 16 de mayo de 1876, asombró y alarmó a varios, cuando escribió al Presidente de la República de Cuba en Armas, que no se sentía de menor valer por ser de la “clase de color”; médula de su ideario racial que, en reunión de diciembre de 1878, ante Máximo Gómez, Flor Crombet y varios líderes más de la emigración cubana, reiteró, al exponer su inalterable convicción de que los negros eran iguales a los blancos, y de que no admitiría la subordinación de una raza por otra, que le ganó animadversión de Flor, Ángel Pérez y otros, no obstante lo cual volvió a reiterar en su proclama del 9 de septiembre de 1879, en que sentenció: “¡El hombre negro es tan libre como el blanco!”.
No se limitó a la proclamación, buscó la solidaridad de gobernantes y de personalidades extranjeros para que colaborasen en el logro de la abolición de la esclavitud en Cuba y para elevar la raza a un estadío de acorde con los progresos de la civilización de su época, y, además, cuando el gobierno colonial español decretó limitación de entrada a la Isla a los negros y expulsiones de los elementos de dicha raza, en 1880, azuzando las prevenciones y hasta la hostilidad contra ellos, el Héroe de Baraguá escribió: “[…] y como no es posible que yo vea con indiferencia una declaración de guerra a mi raza –diría, igualmente, en una réplica a medidas injustas y discriminatorias del gobierno español en la Isla-, hoy por medio de la prensa llamo la atención de los pueblos civilizados y, muy particularmente, a los interesados para que, si posible fuere, se eviten los desastres que puede traer una contienda que carece de lógica en nuestra época de civilización y progreso.”
La tercera clave para comprender el pensamiento racial de Antonio Maceo Grajales está en su modo de apreciar cómo podrían los negros cubanos –“a quienes el egoísmo material tiene postrados en la más profunda ignorancia”- alcanzar no sólo esa igualdad en derechos, sino también en la consideración de toda la sociedad nacional, mediante el autodesarrollo, del propio mejoramiento como hombre, como persona, como ciudadano.
Cultura y virtud, eran los dos secretos que descubrió para alcanzar tales metas, por eso exigía a los de su raza no aceptar nada sobre la base del color de su piel, sino por el ejercicio de las virtudes humanas, que para él se resumían en la honradez de miras y de acción, la seriedad y responsabilidad, la voluntad, la autosuperación máxima, por todas las vías; la firmeza de principios, y los sacratísimos deberes, casi obsesivos, de conquistar la libertad, no sólo de Cuba, sino del hombre, y de alcanzar el sueño de la igualdad y la fraternidad humanas.
Refrendó todas esas aspiraciones y abogacías con su propio ejemplo, con el cual demostró, en efecto, que el hombre negro podía llegar a la misma estatura general del hombre blanco, sin favoritismo; antes bien; frente a muchos obstáculos naturales e interpuestos para alcanzar esos elevados presupuestos humanos, tocó, sobre todo, el punto más crucial de los hombres de su tiempo: la conciencia, con una labor paciente e inmensamente activa, de persuasión, desde la base de los principios: sin aceptar –repetimos- la usurpación de derechos de una raza por otra, ni la subordinación de la raza blanca sobre la negra, ni tampoco la de esta sobre aquella.
“Los cubanos no tienen más que una sola bandera –postuló-, la de la independencia, que cobija a todos los hombres de cualquier origen o raza que sean; allí [en Cuba] se lucha por la igualdad del hombre y por la emancipación de la esclavitud”
Precisamente, lo que sobresale en ese apostolado racial de Antonio Maceo es su inveterada afición a la unidad de todos los cubanos, por encima de las razas, a ver en el hombre su esencia humana, y no el color de la piel; el imperativo de que los negros se aliaran siempre a sus hermanos blancos: “¡Uníos a sus hermanos blancos!, hijos del país, que os defienden vuestros derechos, y seréis felices!” -clamaba-, para alcanzar las metas de Cuba, a la par que las propias; el afán –como dijo a su hermano José, en carta del 1. de julio de 1896- de que la democracia hallara terreno en Cuba, donde se premiaría “la idoneidad probada y el verdadero mérito”.
A los blancos, les decía: “Miren lo que los negros hacemos a vuestro lado; ayúdenlos con esta obra de abnegación y patriotismo, para la conquista de la libertad y los beneficios de la democracia, y
a los de su propia raza: “Van a crecer y a desarrollar con la libertad, pero por vuestro propio esfuerzo y merecimientos; tienen que conquistar la admiración de vuestros hermanos, para que les den, luego, esas admiración y el cariño, y así es como se establecerá entre ambos el imperio de la confraternidad—.”
Enemigo fue de las banderías raciales, y mucho más de cualquier intento de guerra de razas, porque –mil veces lo dijo y demostró-: “[…] nada rechazo con tanta indignación como la pretendida idea de una guerra de raza. Siempre, como hasta ahora, estaré al lado de los intereses sagrados del pueblo todo e indivisible sobre las mezquinas [ideas] de partidos y nunca se manchará mi espada en guerras intestinas que harían traición a la unidad interior de la mi Patria”; que no era “una política de odio la suya, es una política de justicia en que la ira y la venganza ceden a favor de la tranquilidad y la razón […]”, pese a sufrir él en carne propia tantos intentos de humillación y de pretericiones, sólo por el color de su piel.
Dijo más: “En cuanto a mí, amo a todas las cosas y a todos los hombres, porque miro más a la esencia que al accidente de la vida, y por eso tengo sobre el interés de raza, cualquiera que ella sea, el interés de la Humanidad […]”.
Eso que lo señaló en 1881, a Camilo Polavieja, lo refrendaría con otras palabras a Martí, Fuentes, Trujillo y cuantos le escribieron en diciembre de 1887: “[…] hoy como ayer pienso que debemos los cubanos todos, sin distinciones sociales de ningún género, deponer ante el altar de la patria esclava y cada día más infortunada, nuestras disensiones todas y cuántos gérmenes de discordias hayan podido malévolamente sembrar en nuestros corazones los enemigos de nuestra noble causa.”
Y aún agregaría: “La unión cordial, franca y sincera de todos hijos de Cuba, fue en los campos de Cuba, tanto en los días prósperos como en los nefastos de nuestra guerra, el ideal de mi espíritu y el objetivo de mis esfuerzos”; también: “Protestaré, asimismo, y me opondré hasta donde me sea posible, a toda usurpación de los derechos de una raza sobre otra; viniendo a ser, como ésta mi resuelta y firme actitud, una garantía para todos”, ideas que, habidas sus cuentas, concuerdan con su objetivo de fundar así la nueva Cuba: “Una República organizada bajo sólidas bases de moralidad y justicia, es el único gobierno que, garantizando todos los derechos del ciudadano, es a la vez su mejor salvaguarda con relación a sus justas y legítimas aspiraciones; porque el espíritu que lo alimenta y amamanta es todo de libertad, igualdad y fraternidad, esa sublime aspiración del mártir del Gólgota, que caso utópica aún, a pesar de 18 siglos de expresada, llegará a ser mañana, a no dudarlo, una hermosa realidad.”
Conforme el ideal de Maceo, el hombre es más que blanco, más que negro, más que mulato; hombre era para él, ejercicio constante de virtud, afán de perfectibilidad del individuo, como perteneciente a la única verdadera raza de hombres que debe haber sobre la tierra: la HUMANA.
 
*Periodista, investigador e historiador

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