Un asomo a cómo pudo Martí ejercer
protagonismo en la causa de Cuba
Por Joel Mourlot Mercaderes *
Al leer o escuchar casi todas las evocaciones presentes a nuestro Héroe Nacional, parece forzoso concluir que aquel trienio glorioso (1892-1895) en que se preparó la última guerra independentista, fue lo más armónico y facil que pudiera concebirse, y que la labor de Martí fue cosa de andar y silbar durante esa dura y compleja etapa.
Aunque terminó por ser –lo cual es parte de sus muchas grandezas- el líder más ampliamente aceptado de la emigración cubana revolucionaria, en el primer lustro de la década de 1890 –electo y reelecto varias veces Delegado del Partido Revolucionario Cubano (PRC), al que hizo cada vez más protagónico dentro del programa separatista de la Isla-, José Martí no fue entonces el adalid indiscutido que hoy muchos creen al evocarlo…
No lo fue, ciertamente, y, por el contrario, en su labor de coordinador de los clubes patrióticos, de dentro y fuera de Cuba, para allegar fondos, defender y propagar las ideas del independentismo, comprar y distribuir armas y organizar el alzamiento dentro de la Isla, Martí, en efecto, tuvo que afrontar numerosos desacuerdos, abiertas y sutiles oposiciones, así como también fuertes campañas incriminatorias.
Desde la aprobación misma de las bases y estatutos del partido, por ejemplo, le afrontaron varios dirigentes de la emigración cubana en Nueva York –como Enrique Trujillo, Néstor Ponce de León y otros-, que estimaron ver en esos documentos gérmenes de una posible “dictadura”, que podría ejercer Martí sobre el Partido, y por más de un año –con Trujillo, Juan Calderón y otros a la cabeza- acusaron al Delegado de tales propósitos.
Otros, como los patriarcas Juan Arnao, Leandro Rodríguez y varios más –aunque no le adversaron, propiamente-, dieron de Martí imágenes subjetivas no muy favorables que digamos...
Cual si fuera poco, por aquellos días, el entonces teniente coronel mambí Ángel Guerra, rechazó subordinarse a él en cualquier plan de invasión armada a la isla, e, igual, los comités revolucionarios de Las Villas, encabezados por Luis Lagomasino, lo rehusaron como ductor del movimiento insurreccional en el país, y así se lo hicieron saber a su primer comisionado a Cuba, Gerardo Castellanos Lleonard, comandante de la Guerra Grande, en febrero de 1892.
Contrariaron el modo como él lo había concebido -y el tiempo en el que lo tenía pensado hacer-, las exigencias de los conspiradores en la Isla y fuera de ella –veteranos y muchos de nuevo ingreso- para colocar a los jefes más sobresalientes del mambisado al frente de los planes de la guerra, lo cual puso en el tapete viejas y nuevas prevenciones.
Martí se vio precisado a dirimir hasta el papel de rector del PRC al secreto “Luz de Yara”, en los preparativos del levantamiento y de la invasión a Cuba, y lo conquistó. Sabedor de que quien dominase los fondos provenientes de las contribuciones, ganaba el poder de decisión en esta esfera de la organización revolucionaria del separatismo, llevó a cabo insistente y sagaz labor para convencer a los líderes del Consejo de Presidentes en esas dos localidades norteamericanas, de que debían dar los fondos al PRC, y específicamente al Delegado de éste, a él, lo cual logró con diversas argumentaciones, entre noviembre de 1892 y el 27 de febrero, en que se aprobó unánimemente, con lo que el Partido ya adquirió la máxima influencia para sus funciones dentro del movimiento, aunque, también, responsabilidad ante cualquier revés ocasional que se experimentara.
Precisamente, lo incriminaron ante la conciencia pública por los fracasos de Purnio (Holguín) y en Las Villas, durante el año de 1893, y, en consonancia, por supuestamente no haber hecho el más correcto uso de los fondos recaudados entre los emigrados. Fueron duras pruebas de confianza por la que pasó, examen que llegó al paroxismo, en diciembre de 1894, cuando los presidente de los Consejos de Clubes de Tampa, Cayo Hueso e Ibor City, le rogaron reiteradamente no acudiera al Cayo, y ante la determinación de Martí para enfrentar allí a quienes propalaban argumentos en su contra, le urgieron no fuese a aquella localidad, “por temor a algún desmán contra él”.
OTRO TRIUNFO MARTIANO
Semanas más tarde, se esfumó la tormenta; las actas consignan: “[…] no ha estado entre nosotros, pero ha hecho cuanto ha sido posible para que triunfe la razón y la justicia”. Los hechos –y el apoyo resuelto de Gómez, Maceo y de todos los principales líderes políticos y militares cubanos en la emigración- terminaron por fortalecer la posición de Martí dentro del movimiento, quien, lo mismo allá en el Cayo, como en Tampa, en abril de ese propio año 1894, recibió el voto unánime de los 19 clubes para él como Delegado del PRC, lo que se repitió en abril del 95.
Es lo más significativo que se puede resaltar: Martí salió siempre más fortalecido de cada uno de esos trances, o ante cualquiera de esas campañas.
Su intachable biografía habló por él en aquellas circunstancias. Digamos sucintamente: los veintiséis años de creación y lucha, en los que se distinguen la prisión, la deportación, las denuncias más severas y palpitantes contra la tiranía colonial española, con las publicación de obras tales como: “Presidio Político en Cuba”, y el folleto “La República Española ante la Revolución Cubana” (Madrid, 1871 y 1873, respectivamente); su peregrinar por las tierras de América, en las cuales dio su valioso aporte intelectual, a la vez que a la obra por la redención de su patria: magnífica y colosal obra literaria, periodística, indigenista, de trascendentes correspondencias y piezas oratorias y de conspiraciones políticas, de nueva deportación y de exilio forzoso, así como de salto al liderazgo de organizaciones patrióticas de la emigración cubana en los Estados Unidos, previo a su extraordinario rol en la fundación del PRC y los preparativos de la nueva guerra para la independencia cubana de España.
También, le ayudaron a derribar muros, el derroche de su talento, la profunda y clara visión que tenía del presente y del porvenir de Cuba, la rectitud de principios, su inmenso amor a Cuba y su demostrado patriotismo militante, tanto como el empleo tremendamente atinado de todas las armas válidas de la política, que Martí, evidentemente, dominó al dedillo.
Alguien que compartió con él aquellas fechas de gloria, lo describió así: “Era encorvado, pálido y taciturno […] No era amigo de la violencia, pero en la tribuna, su apariencia triste y melancólica se transformaba, y aquel hombre flébil y encorvado se erguía recto como una flecha: la sonrisa desaparecía de su boca adquiriendo un rictus de severidad que hacía de sus labios indignados el canal natural al torrente de palabras”, que –al decir del general (EL) Enrique Collazo, uno de los que en algún momento le censuraron- quien no las haya oído en la intimidad no se da cuenta de todo el poder de fascinación que cabe en la palabra humana.
Que pudo haber cometido errores de exagerado entusiasmo, y hasta de exceso de confianza en algunos jefes en el interior de Cuba, es posible; que su amor infinito a la libertad y a la democracia le aconsejaron agudo celo contra “posibles caudillos”, y prisas para “neutralizar” influencias potenciales de estos líderes veteranos, parece cosa cierta; pero fue más que todo la obra de los envidiosos y de sus enemigos políticos, lo que intentó provocar aquel pase de cuenta al Delegado del Partido Revolucionario Cubano.
Mas, su virtud, su inteligencia, su honradez y su patriotismo a toda prueba, se impusieron, y le dieron éxito evidente sobre oponentes y detractores; su amor venció, al fin, el valladar de quienes no le querían, y su sangre, regada heroicamente en los campos rebeldes de su Cuba, le agenció un triunfo mayor: el de la inmortalidad.
“Para Martí –repito una vez más lo que dijo con absoluta razón uno de sus mas fervientes estudiosos- no se puede tener sino frases de alabanza, de admiración, de entusiasmo, y más que todo de reconocimiento. Su talento seduce, su patriotismo es un modelo digno de ser recomendado a la juventud.”
*Periodista e investigador de Historia
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